19.5.18

familia y hedor


Algo huele mal en casa de los huérfanos.

 
1. Llegué un poco tarde a Jardín de cemento [1978], la primera novela de Ian McEwan, publicada en español por Tusquets hacia 1982. En algún momento había rastreado referencias a ella a través de otra gran primera novela: De los niños nada se sabe [1997], de la escritora italiana Simona Vinci, que fue acusada de pedófila cuando la publicó en su tierra natal, en medio de un alboroto mediático que siempre ayuda. A su vez, obviando el torbellino de imputaciones, vienen a cuento dos importantes tratados sobre la naturaleza del despertar sexual: El fin de Alice [1996], de A.M. Homes y Lolita [1955], de Vladimir Nabokov. Libros que dilatan la pupila, oprimen el pecho y atrofian los vasos sanguíneos.

2. Analizado bajo criterios morales y no estéticos, el arte se transforma en prejuicio. Olvidarlo puede generar malentendidos, acusaciones ad hominem francamente ridículas. Lo primero que debes entender, querido lector, es que nadie te obliga a leer un libro sedicioso. Ni debes insultar lo que no entra en tu sistema de apreciación artística. Términos como inmoral, pervertido, degenerado pertenecen a otra esfera. Si ese tipo de valoraciones rigieran el criterio editorial, nos perderíamos de muchísimos títulos. Además, sería fascista. El valor de la obra reside en sus características formales, en su sentido simbólico, en su capacidad de romper el hielo de nuestro mar interior, diría Kafka. No en el enfoque de lo que tú consideras bueno o malo.

3. En Jardín de cemento, McEwan examina el trasfondo de las relaciones familiares de cuatro hermanos en una casa sin adultos. Tanto el padre como la madre han fallecido y los menores deciden hacerse cargo de la situación. La novela explora los vínculos afectivos entre Julie, Jack, Sue y Tom. Sus peleas, contrapuntos, burlas y altibajos emocionales son registrados por Jack, un adolescente de quince años bastante típico: acneico, sucio, flojo, experto en respuestas cortantes, onanista. Julie, la hermana de diecisiete, asumirá el rol de administradora despótica. Sue, de trece, será por momentos un conejillo de indias, y Tom, el pequeño de seis, querrá vestirse de niña para evitar el bullying en la escuela.

4. La novela abre con la muerte del padre y cierra con un final imprevisible, de esos que nunca olvidas. Narrada en primera persona, nos introduce a una microsociedad carente de reglas o códigos estrictos. El autor evita cualquier exposición de los hechos que pueda ser interpretada como un ejemplo de lo que no debe hacerse. El equivalente opuesto sería un libro que pretenda fijar una postura respecto a las circunstancias; quizá la Biblia. No es el caso de McEwan. Su relato adopta un tono seductor, un poco sórdido, poblado de personajes complejos en un espacio asfixiante. A puerta cerrada, la casa de los huérfanos hiede. Edipo sonríe desde la escalera.

5. Jardín de cemento podría considerarse un libro incómodo. Define a un autor políticamente incorrecto cuya prosa envuelve un regalo prohibido, una galleta de la suerte humedecida con ácido. Pero algo podría darle más rabia a sus detractores: el material carece de fisuras. Golpeará tu cráneo con una fuerza inusitada. Y lo mejor: será disfrutable.



Jardín de cemento
Ian McEwan
Tusquets, 2011 (3ª edición)