2.12.13

Madre, soy tonto



 Madre, soy tonto
 

Con El caballo de Turín (2011), el director húngaro Béla Tarr entrega un testamento de belleza circular. La cinta parte del célebre incidente de Nietzsche poco antes de ser internado en un manicomio. El 3 de enero de 1889, cerca de la calle Carlo Alberto, en Turín, al cruzarse con un hombre que azota a su corcel furiosamente, el filósofo abraza al animal y profiere la extraña frase “Madre, soy tonto” (Mutter, ich bin dumm) mientras llora patéticamente. La película indaga sobre el destino del caballo, su dueño manco (Ohlsdorfer) y la hija de éste. El plano-secuencia introductorio, con el áspero tema de Mihály Vig, evoca la dureza y el sentimiento de vulnerabilidad a los que serán sometidos los personajes, quienes deben enfrentarse al fin de los tiempos. Tarr formula un comentario crítico sobre la caída de los dioses y el desastre posterior de la humanidad mediante un cine puro, que requiere espectadores curtidos. La cinta supera las dos horas y muestra la repetición incesante de acciones cotidianas: las papas que la hija hierve para comer con su padre, los intentos por lograr que el caballo responda, la contemplación del paisaje árido a través de la ventana, la escasez de agua en un pozo. La oscuridad y el viento preludian el caos exactamente como una creación a la inversa. En seis días, se presenta una fábula moral con pretensiones metafísicas donde la pesadez de la existencia y el eterno retorno aluden a Sísifo y, en términos cinematográficos, a Sokoruv y Tarkovsky. El monólogo de Bernhard, en contraste con el sigilo de las atmósferas en general, resume de forma oblicua el nihilismo nietzscheano según Tarr: Sin Dios ni dioses, tampoco hay humanidad. De la nada a la nada, siempre.

Las valoraciones sobre la cinta resultan diversas. Pueden incluso parecer contradictorias: donde unos destacan méritos estructurales y de virtuosismo formal, otros enaltecen sus implicaciones filosóficas, su profundidad en temas que pocas veces tienen un tratamiento afortunado o simplemente no despuntan. Un tercer grupo considera somnífera y tediosa esta pretensión. Lo cierto es que el cine de Tarr va más allá del mero entretenimiento. Se aparta de los formatos fáciles, incluso digeribles. En despedidas como El caballo de Turín, lo difícil es estimulante. Misticismo ateo, sin más.

–Christian Núñez



El caballo de Turín
Béla Tarr + Ágnes Hranitzky
Paco Poch Cinema, 2011