Hoy, en un par de hojas sueltas copié unas cuantas frases de un libro de
Andréi Tarkovski, su legado intelectual, que en español lo han traducido como Esculpir
el tiempo. El volumen ronda las 300 páginas, lo editó la UNAM y no lo
terminaré pronto. La colección se llama convenientemente Miradas en la
oscuridad. Desde hace meses, tal vez años, he sido vacunado contra la
literatura. Los libros me ocasionan temblores, me paralizan. Decidí que, entre
el espasmo y la quietud, una película cambiaría mi estado de ánimo. El cine me
permite recuperar la inocencia, ya que los estremecimientos no pasan por el
filtro de la racionalidad. Golpes duros. Emociones puras. Libres de profilaxis.
He visto Elegía de un viaje (2001) de Alexander Sokurov no recuerdo
cuántas veces. Envidio la primera vez de algo, sea cine o cualquier experiencia
estética. La primera vez de algo no da oportunidad al análisis, a la crítica, a
los comentarios de especialistas. Reina la intuición, el paso en falso.
En este mediometraje, los preceptos de Tarkovski —quien fuera
amigo y maestro del director— fluyen sin retórica forzada. La voz en off
del propio Sokurov relata hechos aparentemente simples durante una travesía con
rumbo indeterminado. La mirada del protagonista (a quien jamás conoceremos de
frente; se lo ve de espaldas, fuera de cámara, de perfil: es oblicuo) expresa
un halo de tristeza espiritual o misticismo descreído. En el desarrollo de la
acción, a la que se añade una banda sonora integrada por Chopin, Glinka, Mahler
y Tchaikovsky, la melancolía asciende a la segunda potencia. La pantalla ondula
y esto no es poesía: se utiliza algún recurso técnico de postproducción en el
tratamiento de la imagen. El desasosiego ruso, su precisión sensorial, su
honesto cansancio por la vida, que recoge preguntas de orden religioso, marchan
como soldados heridos en el filme de Sokurov. El DVD incluye además un segundo,
fascinante trabajo sobre un pintor del siglo XVIII: Hubert Robert, una vida
afortunada (1996).
Elegía de un viaje tiene la extraña virtud de aliviar el alma, aunque el efecto
sea transitorio. En Esculpir el tiempo, Tarkovski señala que el arte no
hace mejores a las personas. “Es obvio que el arte no puede enseñar nada a
nadie, ya que en 4 mil años la humanidad no ha aprendido nada. Hace mucho que
nos hubiéramos convertido en ángeles si hubiéramos sido capaces de prestar
atención a la experiencia del arte y de permitirnos a nosotros mismos el ser
cambiados de acuerdo a los ideales que expresa. El arte sólo tiene la capacidad
de hacer al alma humana receptiva a la bondad a través de la conmoción y la
catarsis. (…) El arte sólo puede alimentar —conmocionar, conmover, ocasionar—
una experiencia psíquica.” En tal orden de ideas, no ver esta película sería
verdaderamente elegíaco.
–Christian Núñez