MONO es
quizá mi banda favorita de post rock, a la que puedo regresar en cualquier
momento, como cuando necesitas irte a la playa urgentemente, sólo para ver
el mar. Esta agrupación japonesa no sólo tiene ese componente marítimo en
sus atmósferas (algo que disfruto muchísimo), sino que sabe cómo construir
estructuras simples y profundas a la vez, un tanto circulares, pero que te
dejan sin aliento.
En este ejercicio de ir conectando ambientes, veo
la cara pálida de Shinji Ikari gritándole a su padre porqué lo ha localizado justo
ahora, en el primer capítulo de Evangelion. Y cuando por fin acepta
pilotar la unidad 01 contra el Tercer Ángel y entra en modalidad Berserk para
devorárselo, pienso que ése es precisamente el efecto MONO: una mezcla
de rabia, locura, despliegue de violencia y un delicado guiño de fragilidad.
MONO compone piezas de altos niveles musicales sólo
para detonarlas furiosamente. Entre los escombros, uno aprende lecciones de
vacío. Lo que encontramos en sus texturas parece más un memorial de los
vencidos que una victoria épica. Persiste un tono de procesión fúnebre bajo el
agua. De medusas eléctricas sin voz. Podría darse el caso, incluso, de
distinguir a Wittgenstein al fondo.
La intención es
obvia: el crescendo, la disonancia, el palpitante uso de distorsiones y scratches;
el shoegaze, en suma. Pero la forma en la que se despliegan estos
majestuosos limbos de melodías lacerantes, con sus precisos momentos de calma
antes de la tormenta, provocan una serie de asociaciones mentales
cinematográficas. Ahí está el detalle, como diría Cantinflas: la música
de Mono cumple una función catártica.
Hice una lista bastante larga de sus highlights,
y entendí que a estos japoneses lo que menos les importa es entrar a la
dinámica del sonido rudo pero altamente comercial, puesto que desde sus inicios
han mantenido una trayectoria limpia de jugarretas. Si bien ello no es motivo
suficiente para escucharlos, la última de sus placas —en realidad, un par de
EP's— sería un buen pretexto para rompernos los tímpanos con elegancia.
Sí, ahora que lo pienso mejor se trata de eso: de
ruido elegante, de nihilismo sofisticado; un caos premeditadamente hermoso.
Como cuando terminas de construir un edificio de lego y, por mero disfrute,
grabas su destrucción con la cámara de tu teléfono. Lo cual, bien visto, no le
hace competencia a las cadenas de noticias mundiales, mucho más ingeniosas a la
hora de transmitir letanías cargadas de futuro.
El disco doble de
MONO The Last Dawn/Rays Of Darkness
se vale de la dicotomía luz-oscuridad para evidenciarla curiosa paradoja del pesimista que necesita reforzar su amargura cada
determinado tiempo. En este caso, asistimos a una representación nihilista
cuya instrumentación despojada de arreglos orquestales nos remite a los primeros discos. Aunque ahora la ruta a
seguir es más seca, y por momentos bastante lírica.
Éste es un mapa de estrellas que se cae a pedazos.
No hay que perderlo de vista. Un hermoso paisaje cerca del fin. Cada
disco de MONO repite la misma secuencia
construcción-destrucción-apocalipsis-reposo. Uno podría sentirse como la rata
que corre en la rueda infinita, dentro de un laboratorio abandonado a su
suerte. Hiroshima y Nagazaki, a lo lejos.
Quizá lo mejor de MONO sea la sobrestimulación neuronal que
conseguimos al oír sus temas. Sus enormes y destructivos monstruos sonoros. La
confusión es el Dios/la locura es el dios/la paz permanente de la vida/es la
paz permanente de la muerte, dice Bukowski. Y luego: La guerra es la
paz/la libertad es la esclavitud/la ignoracia es la fuerza, dice George
Orwell. Me quedo sentado a llorar por eso.
En un mundo
perfecto, Ellie y Joel, de The Last Of Us, escuchan a MONO mientras dejan atrás un pueblo lleno de
zombis. Comentan los tracks que más les han gustado y se rascan la
cabeza: The LandBeyond Tides / Glory; Recoil, Ignite; Cyclone,
y The Hand That Holds the Truth. No es posible dejar de percibir un tono
político en este disco, o quizá la situación en México sea demasiado grave como
para emitir un juicio más neutro.