Lo mismo que Paul, una y otra vez, alcanzaba un
grado máximo de rebeldía contra sí mismo y contra su entorno y tenía que ser
internado en el manicomio, yo mismo alcanzaba una y otra vez un grado máximo de
rebeldía contra mí mismo y contra mi entorno y era internado en un
establecimiento de pulmón. Lo mismo que Paul, una y otra vez y con intervalos
cada vez más cortos, como cabe imaginar, no se soportaba ya a sí mismo ni
soportaba al mundo, yo también, con intervalos cada vez más cortos, no me
soportaba a mí mismo ni soportaba al mundo y, lo mismo que Paul en el
manicomio, volvía a mí en el establecimiento de pulmón, como puede decirse. Lo
mismo que, en fin de cuentas, los alienistas destruyeron una y otra vez a Paul
y, sin embargo, lo levantaron otra vez sus propias energías, los médicos de
pulmón me destruyeron una y otra vez y me levantaron mis propias energías otra
vez; lo mismo que, en fin de cuentas, las casas de locos lo marcaron, como
tengo que decir, los hospitales de tuberculosos me marcaron, según pienso; lo
mismo que a él, durante largos periodos de su vida, lo educaron los locos, me
educaron a mí los enfermos de pulmón, y lo mismo que él, en definitiva, se
formó en la comunidad de los locos, yo me formé en la comunidad de los enfermos
de pulmón, y la formación entre los locos no es muy distinta de la formación
entre los enfermos de pulmón. (…) La diferencia entre Paul y yo es al fin y al
cabo sólo que Paul se dejó dominar totalmente por su locura, mientras que yo no
me he dejado dominar nunca totalmente por mi locura, igualmente grande, él, por
decirlo así, fue absorbido por su locura, mientras que yo durante toda mi vida
he explotado, he dominado mi locura; mientras que Paul nunca dominó su locura,
yo he dominado siempre la mía y quizá por esa razón mi propia locura ha sido
incluso una locura más loca que la de Paul. Paul sólo tenía su locura y
existía a partir de esa locura, yo tenía, además de mi locura, la tuberculosis
y exploté las dos, la locura tanto como la tuberculosis: hice de ellas un día, en
un abrir y cerrar de ojos, mi fuente existencial para toda la vida.
Texto: El
sobrino de Wittgenstein, Thomas Bernhard