—¿Recuerda usted —prosiguió Ernst— lo
que nos decía una y otra vez, que la salud mental de una persona no estaba en
lo que hacía, sino en lo que pensaba? ¿Recuerda que nos preguntaba a cada uno
de nosotros: en qué has pensado últimamente? ¿Recuerda usted esa pregunta, que
tanto miedo nos daba? Si ahora me la volviera a hacer, ahora que me siento
equilibrado, ¿sabe qué le diría? Que en los últimos días he pensado en matarlo.
Y necesitaba verlo para acabar de una vez por todas con ese impulso. Y de hecho
ya no lo tengo, se me ha pasado por completo. Se ha acabado aquí. Director
Gomperz, he estado observándolo con cierto detenimiento, su rostro, sus
movimientos. No sé si se ha fijado: es usted un viejo. Un viejo, ¿lo entiende?
Si no lo reconociera y me cruzara con usted en la calle me sentiría tentado,
pese a mi debilidad, de ayudarlo a caminar. Dejaré de pensar en usted,
director. Resulta que al final el perseguidor es un anciano. ¿Lo entiende? El
niño está feliz, ¿puede usted entenderlo?