[Mérida, Yucatán, 09.08.2010]
Para realizar esta entrevista localicé a Manuel Iris (México, 1983) por el
Facebook y le propuse la idea. Él aceptó sin saber qué preguntas le haría, y yo
tampoco estaba seguro de qué me iba a responder. Fue un doble ciego, y el
experimento funcionó. Actualmente Iris cursa un doctorado en Lenguas Romances
con especialidad en poesía hispanoamericana en la Universidad de Cincinnati y
ha publicado los libros Versos robados y otros juegos (PACMYC-CONACULTA
2004, UADY, 2006), y Cuaderno de los sueños (Fondo Editorial Tierra
Adentro, 2009). Fue becario del programa CONACULTA-PACMYC (2002-2003) y de la
fundación Charles Phelps Taft (2009). Como colofón, al final de la entrevista
se incluyen varios textos de su segundo libro. De amor, por supuesto.
CHRISTIAN NÚÑEZ (CN): Manuel, ¿cómo reconoces un buen poema?
MANUEL IRIS (MI): Tiene que ver con muchas cosas dentro y fuera de
lo explicable. Lo interno, lo explicable, es propiamente la capacidad que tiene
el poeta de crear un objeto coherente consigo mismo: que la forma y el fondo se
correspondan. Que la forma signifique, que el significado modele. Lo otro, lo
inexplicable es una suerte de pulsación telúrica. El poema, antes que decir,
hace sentir algo, aunque ese algo no sea siempre traducible en palabras.
Luego de dedicar su vida a esto, uno desarrolla cierto olfato (por supuesto
dependiente de su gusto, de su historia de vida y lecturas) que lo encaminan a
unos textos, y no a otros. Yo creo, al contrario de muchos poetas políticamente
correctos, que no todo es poesía, y que no todos pueden escribirla.
CN: ¿Por qué los poetas amorosos usan tantos eufemismos?
MI: Hay poetas que usan eufemismos y poetas que no. Tal vez tenga
que ver con lo amoroso, pero creo que depende más del tono personal del poeta.
Me parece interesante que un artista como tú, de claro talante vanguardista,
llame eufemismos a esas formas de cierta poesía amorosa. Habla, más que de eso,
de la manera en que la lees. Visto así, efectivamente se usan eufemismos porque
lo que se pretende no es narrar el amor, cosa imposible, sino ponerlo en
palabras, y el amor no es una serie de actos, de sucesos, sino eso inexplicable
que les da, aunque también huidiza, unidad. Los poetas a los que te refieres no
pretenden describir ni mostrar, de allí lo que tú llamas eufemismo.
CN: Entre Playboy y Barely legal, ¿cuál te gusta más?
MI: [Risas] Antes me has dicho que esta pregunta va encaminada a
saber si soy un poeta softcore o hardcore, porque has visto en
mis textos diferentes grados de explicitud sobre el acto amoroso. Cosa que me
sorprende: no pienso en mí como un poeta de lo sensual. Te diré, respecto de lo
que has preguntado, que son procesos diferentes la vida y la escritura: uno
asiste a Playboy o a Barely Legal dependiendo de lo que en ese
momento quiere o necesita (te contesto: me inclinaría por la segunda opción)
pero en poesía uno no hace lo que necesita ni lo que quiere, sino lo que el
poema pide. Así, si el poema necesita más explicitud mi voz la adoptará. Si no,
sencillamente no acudirá a esos tonos. Fuera del poema, elijo yo. Dentro, mi
voluntad es de servicio.
CN: ¿Son tan claros los límites entre lo erótico y lo pornográfico?
MI: Yo creo que sí, pero que no debe verse esto sino como dos extremos de
un abanico de tonos y posibilidades. Aunque no recurro a ese discurso, aunque
no me interesa, creo que un poema no es malo por pornográfico, sino por mal
escrito. En lo particular, a pesar de que tengo preferencias temáticas que has
notado, como el amor o la belleza, el tema de un poema me tiene sin cuidado.
Nada, salvo su forma, garantiza que el poema valdrá la pena.
CN: ¿A qué personaje de la literatura te gustaría desnudar?
MI: A Lesbia siendo Catulo, y a Remedios la Bella siendo Manuel
Iris.
CN: ¿Existe la inspiración o el trabajo literario es 100% técnico?
MI: Hace poco leía un libro de entrevistas en que preguntaban casi
lo mismo (¿el poeta nace o se hace?) a varios poetas. Me quedo con la opinión
de dos: Bonifaz, de talante horaciano, dijo que el poeta se hace. Chumacero,
con quien estoy completamente de acuerdo, dijo que el poeta nace y se
hace. Es evidente que un poeta sin eso que Lorca llamaba “duende” podrá
ser un gran versificador, y ya. Del mismo modo, es evidente que un poeta
talentosísimo que no conoce su oficio será para siempre una promesa. Existen
ambas cosas, y ambas son fundamentales. Una de ellas, la técnica, puede
ganarse. La otra puede descubrirse y afinarse, pero se tiene o no. Por ambos
motivos no todo mundo puede hacer poesía, como no todo mundo puede ser
carpintero, contador, gimnasta o violinista.
CN: ¿Cómo influye la preparación académica en tu propuesta literaria?
MI: De muchas maneras. Una de las más esenciales tiene que ver con
que la academia me da la posibilidad de pensar siempre en literatura, discutir
con gente que sabe mucho del asunto, conocer lectores profundos y entrenados.
Además, y es quizá lo que ahora más valoro, me brinda la oportunidad de
escribir en paz, porque no vivo de lo que escribo, ni lo pretendo. Me gano el
pan enseñando y estudiando, cosas que me gustan mucho, y por ello no tengo la
necesidad real de andar publicando siempre, escribiendo siempre, buscando
siempre una beca. Aclaro: estoy dispuesto a hacer todo lo anterior. No estoy
dispuesto, sin embargo, a que sea eso lo que dicte mi obra ni su ritmo de
producción. La academia me deja escribir poco, lentamente y en paz. No he visto
una forma de vida que se ajuste más bellamente a lo que quiero hacer, al ritmo
con que lo hago.
CN: ¿Qué tal te ha ido en la Universidad de Cincinnati?
MI: Esta universidad me ha dado muchas cosas. Una de ellas es
la posibilidad de convivir con escritores y poetas mayores. Como es sabido, la
Universidad de Cincinnati está llena de creadores literarios, nuevos y
consagrados. Ha sido aquí que, por ejemplo, he empezado un proceso de apertura
de mis lecturas, para empezar a pensar en mí como un poeta latinoamericano o
iberoamericano, y no solamente un poeta mexicano. Aquí he convivido,
cercanamente, con gente como Armando Romero, poeta colombiano relacionado con
la vanguardia Nadaísta, verdadero poeta mayor que es además una suerte de
Virgilio para mí y para varios poetas colegas míos. Además ha estado Pedro
Lasta, poeta delicado y erudito fundamental en Chile y Latinoamérica, Arturo
Gutiérrez Plaza, poeta venezolano de tono harto distinto al mío, que terminó
por contagiarme algo de su voz, el brasileño Floriano Martins, surrealista
confeso que ejemplifica el orden de lo variable. Fundamentales, en estos años,
han sido profesores como Carlos Gutiérrez, quien es también cuentista e hizo
nada menos que explicarme, apasionado, a Góngora y Cervantes. María Paz Moreno,
poeta y profesora que me ayudó a ver con nuevos ojos la poesía actual española.
Enrique Giordano, quien extendió en mí los alcances filosóficos de la
literatura fantástica, y Nicasio Urbina, experto en Darío y Sábato, también
escritor creativo, que ha señalado para mí Centroamérica, una región que yo
desconocía completamente en su literatura actual. No acaba aquí mi lista de
encuentros, pero no la continúo por no extenderme demasiado.
Además, lo obvio: estoy fuera de mi país y de mi lengua. Hablo con jóvenes
poetas en lengua inglesa frecuentemente, y escucho lo distinto de su voz y su
tradición poética. Me reconozco por negación. En general, la experiencia en
Cincinnati es una de las mejores que he tenido.
CN: ¿Desde qué edad escribes?
MI: Me propuse escribir, seriamente, en los últimos años de la preparatoria.
Esto es, los 16 o 17 años. Como es de suponer, esos textos objetivamente no
valen la pena más que como registro arqueológico, como curiosidad. Son muy
malos. Por suerte están perdidos.
CN: Versos robados y otros juegos es un proyecto que emplea música
infantil y literatura. ¿Cómo surgió la idea de hacer algo interdisciplinario?
MI: La idea no era esa. La idea era hacer un libro de poesía que
rescatase la oralidad infantil. Escrito el libro, un grupo de amigos, ahora
hermanos entrañables —los menciono porque debo hacerlo: Raúl Diego Rivera
Hernández, Juan Darío Cruz Romero y Denis Pech— se dieron cuenta de los poemas
eran cantables, y que acompañados de su versión musicalizada el libro se
convertía en proyecto cultural. Probamos y la cosa tuvo un éxito inesperado. La
etapa de versos robados es, para todos los que la vivimos, un recuerdo muy
bello al que acudir.
CN: ¿Crees que hubo un salto cualitativo entre tu primer libro y el
segundo?
MI: Por supuesto. Pero también hubo un cambio de intenciones. En Versos
robados me interesa la poesía como canción y como voz popular. Luego, en el
Cuaderno de los sueños la contemplo como manera de aprehender la
realidad, como manera de indagación que se contempla a sí misma. El tono de
ambos libros es distinto porque yo mismo soy distinto en ambos momentos, y
porque tengo intenciones y capacidades diferentes. Los 5 años que separan la
escritura de ambos textos fueron de constante cambio.
CN: ¿Qué importancia le concedes a los reconocimientos oficiales?
MI: Hacen visible un trabajo. Pero esto tiene siempre doble filo: los malos
libros, los malos poetas llenos de premios, terminan no solamente por
desprestigiarse, sino por desprestigiar el premio que se han ganado. El poeta
da prestigio al premio, y no al revés. Del mismo modo el poema da prestigio al
poeta que, por otro lado, no escribe para ganar prestigio, sino para apagar o
avivar un misterio interior.
CN: En Cuaderno de los sueños citas a varios autores: Rilke,
Bonifaz Nuño, Gilberto Owen, Salvador Elizondo. ¿Cómo han influido en tu
discurso poético?
MI: Más que citarlos, los uso como punto de partida porque han dicho de
modo inmejorable cosas que yo también sentí. Son maestros, sombras tutelares
pero jamás metas, puntos de llegada: no busco hacer imitación de ninguno y en
muchas ocasiones estoy en franco desacuerdo con lo que algún poema suyo
expresa. Para decirlo simple: es con ellos, y con otros como Catulo —aunque con
éste no utilizo la obviedad del epígrafe o la mención— con quienes me ha
interesado dialogar en este libro.
Han influido de diversas maneras, conscientes e inconscientes. Algunos en
el sonido, otros en la idea, otros haciéndome leer a otros poetas. Además, la
búsqueda ha sido consciente y premeditada: yo los busqué y convoqué para este
libro.
CN: La obra en cuestión es también un ejercicio de metaliteratura. La
primera parte se desarrolla en tiempo real mientras la leemos, y los personajes
renuncian a ser ficticios. Háblanos de esto.
MI: La intención del libro era, en un principio, decir una cosa y su
contrario con la misma propiedad poética. Un ejercicio de escritura que después
creció y dominó la página. Así, la metaliteratura fue la manera que mejor
encontré (aunque yo no la encontré, sino Elizondo en su Hipogeo secreto, libro
al que el mío debe mucho, y que yo no hubiera leído sin la recomendación de mi
novia) para lograr ese cometido. El libro apunta hacia muchos lugares y creo
que da cuenta de ese momento de mi exploración en la poesía. He dicho antes, no
sé dónde, que he abandonado la metaliteratura definitivamente. Ahora fue
necesaria. La confrontación del Ángel y de Inés, del personaje Manuel Iris y su
voz poética, fueron el medio para hablar de la belleza, la voluntad, el amor y
la propia poesía.
CN: ¿Qué representa la figura del Ángel?
MI: La perfección, la insoportable belleza absoluta. Ahora bien: yo no creo
en la perfección. El Ángel en mi libro está destinado a hacerse carne, a
negarse a sí mismo y llamarse Inés. A salir del libro. Creo que la poesía no
funda las cosas sino las revela, y prefiero siempre besar a una mujer que leer
un poema que hable sobre un beso. El Ángel es, en mi libro, un Ángel que se
niega, que no quiere ser el de Rilke ni el de Bonifaz. Quiere ser de carne y
quiere hablar, no tolera estar allí, silente.
CN: ¿Cuáles son tus autores-fetiche del Siglo de Oro?
MI: He dicho más de una vez, entre bromas y veras, que luego de Garcilaso
la poesía ha venido en picada, pero que la cima era tan alta que hay todavía
cumbres que conquistar. Cerca de ese Olimpo están Quevedo, Góngora y Sor Juana.
Recientemente, algún soneto de Villamediana me ha hecho detenerme.
CN: ¿Te interesan otras disciplinas?
MI: Mucho, me interesa la música, por ejemplo, y las artes visuales. Pero
me interesan como espectador, las uso para mi poesía. No las practico porque,
aunque medianamente buen lector-escucha-espectador, carezco de esos talentos.
CN: ¿Qué piensas de la autogestión cultural?
MI: La apoyo enteramente. Es necesaria y sin ella eso que tú y yo en
este momento llamamos “cultura” se anquilosaría sin remedio alguno. Ser
autogestivo es un derecho. Nada veo de malo, y mucho de loable, en ejercerlo.
CN: ¿Y de las mafias literarias?
MI: Creo que es imposible erradicarlas pero en realidad, me molestan
infinitamente más las mafias no-literarias. Es decir: un grupo de personas
acaparando espacios, becas, publicaciones, etc., pero con terrible poesía. No
tolero la mala literatura que sobreabunda en mafiecillas menores y mayores,
encaminadas no a lo literario sino a lo económico y lo mediático. Me molesta
que se llene todo de basura. Digo esto porque mafias fueron todos los grupos
literarios importantes que ahora recordamos, en México y fuera. Pero quienes
valen la pena de esos grupos, antes que mafiosos fueron escritores, realmente
escritores, no publicadores. No es lo mismo un pleito ente Lezama y Piñera, o
la mafia que fue la generación de medio siglo en México, o el Boom, que un
pleito de poetastros menores en cualquier revista sin importancia o con ella.
Lo primero genera literatura, lo otro solamente la alude, y mal. Las mafias
literarias son un resultado de nuestra vida cultural. Un mal que debe
combatirse buscando trabajar fuera del sitio en que se está cómodo, y pensando
siempre en escribir, no en figurar. Por ejemplo, he visto muchas veces gente
sin obra alguna que valiera la pena llamándose escritor y quejarse de que por
la mafia “es imposible publicar”. Este pleito con la mafia señala, muchísimas
veces, no las ganas de escribir, sino de figurar, por parte de quien se queja.
Como dije antes, yo vivo de la academia y gracias a ello y a que radico
actualmente en Estados Unidos, puedo andarme con alguna libertad entre mafia y
mafia. No dependo de ninguna, no quiero hacerlo. Tengo muchísimos amigos en el
ambiente cultural de varios sitios, pero no les debo ningún favor.
CN: En general, ¿qué
vigencia tiene la poesía en el siglo XXI?
MI: La que tiene en cualquier época: la poesía nos acerca a nosotros
mismos. Su mecanismo y su materia prima se han hecho más complejos, pero sigue
siendo poesía y sigue siendo necesaria. Es mentira que se lea menos poesía
ahora, que la gente busque menos el silencio del poema. Basta ver la cantidad
de Blogs y páginas de internet que se dedican a ello: la hemos llevado con
nosotros. Creo que somos, en el siglo XXI, seres que tienen hambre y sufren y
aman y odian como los de otros siglos. No puedo, no quiero creer que somos hoy
esencialmente distintos a otros humanos. Me siento parte de la humanidad, desde
su inicio. Pienso que la poesía es vigente porque es vigente la naturaleza
humana. Porque hace falta decir algunas cosas precisamente así. Más que
vigente, la poesía es necesaria.