28.12.12

JOAQUÍN PEÓN ÍÑIGUEZ: México deconstruido



JOAQUÍN PEÓN ÍÑIGUEZ: México deconstruido

[Mérida, Yucatán, 11.09.2010]

A propósito del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, conejobelga entrevistó al escritor Joaquín Peón Iñiguez, uno de los representantes de la joven literatura que se produce a nivel nacional. El mes pasado, Peón Iñiguez publicó el ensayo La neta sobre Yucatán en Replicante, un virulento análisis donde no faltan las polémicas declaraciones sobre la idiosincrasia del yucateco, su fallida política mediatizada, los periódicos que rigen el pensamiento local y los compadrazgos culturales. Puro terrorismo literario. “Desde niño me la he pasado discutiendo con medio mundo, tiendo a llevar la contraria y he sido sincero en cada página que he escrito”, explica el autor. ¿Qué le podemos replicar?

Joaquín Peón Iñiguez (México, DF, 1987) radicó diez años en Mérida y actualmente reside en Guadalajara. Ha publicado las novelas La casa de todos (Libros en Red), Diarios Irreverentes (www.unasletras.com) y aparece en la Antología de la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana (Grijalbo). Ha sido columnista de los diarios Milenio Yucatán y Por Esto!, además de colaborar en otros medios como Milenio Semanal, Tierra Adentro, Luvina, Lenguaraz, Generación (coordinó un número dedicado a Yucatán), entre otros. Fue Presidente de la Red Literaria del Sureste, y Director de Literatura en el centro cultural La Periferia. Actualmente estudia la licenciatura en Gestión Cultural, es co-editor de Replicante y conductor del podcast Resonante.

Christian Núñez (CN): Joaquín, qué se puede hacer por México: ¿destruirlo, construirlo o deconstruirlo?
Joaquín Peón (JP): La historia nos ha demostrado en repetidas ocasiones que después una época de oscuridad es probable que le suceda una de luz, la sociedad se ve forzada a observarse en el espejo, descubrir sus demonios, su fealdad, y confrontarlos. Desafortunadamente, en los últimos cien años hemos desperdiciado tres grandes oportunidades para cimentar un nuevo proyecto de nación: la revolución, el 68 y “la transición democrática del 2000”. Así que en teoría, la situación del narco debiera producir una contrafuerza proporcional. No creo que presenciemos otro movimiento social, me daría por satisfecho con que se actualizaran nuestras leyes y se cumplieran. Por otro lado, creo que debe ocurrir algo radical, Héctor Villarreal propone la disolución de nuestro territorio, yo desarrollaré mis ideas en un ensayo próximo.

Hace poco hablaba con un amigo mayor sobre esto. Los tres casos, así como nuestro presente, apuntan a un severo conflicto estructural. Es decir, la inmensa mayoría de nuestros actores políticos pudieron haber sido reemplazados por alguien más y estaríamos en las mismas. Los roles están asignados, es un mecanismo perfecto de corrupción. Elba Esther Gordillo puede ser un adefesio moral, pero si la sustituyen en el SNTE, alguien más tomará el cargo, lo mismo con cualquier capo del narco, con la intelectualiza oficialista. Las grandes necesidades del país se transforman en oportunidades de lucro que generan nuevos grupos institucionalizados de poder. El mejor ejemplo es lo que ha ocurrido en materia de educación.

Yo dejé de creer en las sociedades para creer en los individuos, pensé que cada quien podría salvarse conociéndose a sí mismo, ejerciendo su profesión al límite de sus capacidades y teniendo un mínimo de empatía con los otros. Sin embargo, las circunstancias de nuestro país han condenado también a muchos, la educación escolar y la vida familiar jode a  cientos de miles de niños antes de que cumplan diez años. Estamos percibiendo a través del miedo una visión distorsionada de la realidad (distorsionada de por sí) y así difícilmente podremos cambiar.

Así que deconstruirlo para poder destruirlo mejor y luego construirlo de nuevo.

CN: ¿Por qué no ir simplemente en contra de todo?
JP: Porque no existe un todo único, sino millones de elementos que lo componen e infinidad de interpretaciones. Podemos ir todos contra todos, pero no se vale disparar.

CN: ¿Por qué no dejar de escribir, también?
JP: La literatura porta de sentido la existencia.  Es el registro más sincero que tenemos de la historia de la humanidad y el pensamiento. Nueva York no sería lo que es si no fuera por su literatura (cine, música…), yo no querría igual a una mujer si no hubiera  leído a ciertos autores, las carreteras me aburrirían si no fuera porque existen novelas de viaje; no se trata de salvar a nadie, mucho menos a la sociedad, sólo de hacer el mundo un poquito más habitable, de lo contrario sería aburridísimo. Hasta los que no leen han sido tocados involuntariamente por la literatura.

CN: ¿Qué ventajas y desventajas tiene un escritor en un país como el nuestro?
JP: Todas las ventajas en cuanto a becas, premios y publicaciones, están a punto de regalarlas en los semáforos, son tantas que algunas revistas, autores y editoriales independientes de calidad, se terminan perdiendo en la sobreoferta. Por lo demás, las condiciones en las que cada quien escribe son tan diversas como los orígenes de sus autores. Yo soy afortunado, tengo la oportunidad de escribir todos los días y así lo hago, con sus escasas excepciones, desde hace seis años.

CN: ¿Te han amenazado por tus opiniones —o golpeado?
JP: Una vez en la fiesta de un encuentro literario en un pueblo de Campeche le hice un comentario amable a una mujer sobre sus muslos y mi lengua, su novio me puso la madriza de mi vida, pero supongo que no te refieres a eso. Hasta el momento nadie me ha amenazado. A lo mucho he recibido un par de críticas francamente idiotas, sobre todo si consideras que sería muy fácil destrozar buena parte de lo que he publicado. Lo único que me molesta es que, por ciertos textos y ciertas presentaciones públicas, me tachen de querer llamar la atención provocando. Esta es mi personalidad, así soy, ni siquiera sé si lo elegí, desde niño me la he pasado discutiendo con medio mundo, tiendo a llevar la contraria y he sido sincero en cada página que he escrito. No podría vivir conmigo mismo de otra forma.

CN: ¿Por qué atacar a Mérida, la blanca?
JP: Atacar tiene una connotación un tanto bélica, hay que intentar entenderla, deconstruirla como dijiste,  para poder mejorarla, de lo contrario es como si fueras al doctor para que te curaran un dolor de muela y te sacaran el apéndice.  

CN: Fuera de la aniquilación total, ¿qué se puede hacer por Mérida?
JP: ¿La aniquilación parcial? Creo que elevar el nivel de los medios debiera ser una prioridad. Ya hablé de los tres periódicos en el ensayo, el Por Esto! es un diario de autor, el Diario de Yucatán una institución inquisidora y el Milenio un pazguato sin personalidad; pero lo que se transmite en radio y televisión también es lamentable. Prender los canales locales un domingo para toparte con transmisiones de misas, seguidas por horas y horas de los mini festivales de las cerveceras en los municipios, pueden causar daño cerebral irreparable. Nos están alimentando con mierda, pero la coronan con una cereza (los shortitos de las edecanes). Por lo demás, cada quien debiera librar una batalla personal contra la hueva y la procrastinación.

CN: ¿Harías concesiones a favor de quienes criticaste, con tal de recibir un premio, una condecoración, un puesto profesional?
JP: Claro, les concedo mi dedo cordial y una patada en las bolas. Es posible que todos tengamos un precio, hasta una voz fresca y subversiva como la de Yépez se ha corrompido (no hablo de dinero, sino de ego e ideologías). Así que es posible que yo también tenga el mío, pero les voy a salir muy muy caro.

CN: ¿Cuál es la moral del escritor?
JP: Debiera ser la inteligencia y la honestidad intelectual.

CN: ¿De qué va la literatura en esta época?
JP: Nunca había existido tanta diversidad como ahora, en todos los sentidos, para bien y para mal, por lo tanto es difícil hablar de una característica en común. Sin embargo, hay dos aspectos que llaman mi atención y que he incorporado a mi obra: la fusión de géneros y la fragmentación de las ideas. Ambas son consecuencias de nuestro tiempo y me son útiles para reflejarlo.

CN: ¿Es necesario mantener un tono intransigente?
JP: Por supuesto que no. La intransigencia es el cáncer que nos carcome, tenemos demasiados prejuicios, somos indiferentes al conocimiento, no hemos aprendido a escuchar, estamos engolosinados con nosotros mismos, con las preocupaciones más banales, preocupaciones moldeadas en buena medida por la televisión y la música comercial que enseñan a sentir el mundo de la forma más ridícula, cursi y cobarde, como en las telenovelas mexicanas, los dramas gringos, una canción de Belinda o de Beyonce.  

CN: ¿La literatura es capaz de mover un solo milímetro el status quo?
JP: Creo que sí, pienso, por ejemplo, en Dostoyevski, Sabato, Nabokov, la mejor literatura tiende a adelantarse a la moral de su época.  No va a cambiar el manejo del presupuesto federal, ni va a construir hospitales dignos en los pueblos, me queda claro que tampoco nos hará mejores personas, pero al menos nos abrirá algunas puertas perceptivas y de conciencia. El sistema podrá seguir igual, pero va a tener una migraña fabulosa.

CN: ¿Hay que ir combinando literatura y terrorismo cada cierto tiempo, para no dormir a la gente?
JP: Sí, me gusta como lo planteas, la narrativa que me gustaría escribir está en algún punto entre Carver y el terrorismo.

CN: Qué se te da mejor: ¿el cinismo, la sátira, la ironía, el sarcasmo?
JP: Irónicamente, el sarcasmo. Sarcásticamente, la ironía.

CN: ¿A qué se debe el tan bajo nivel literario en Yucatán?
JP: En primer lugar es un esfuerzo individual y en ese sentido lo que más ha faltado es autocrítica, sin embargo existe un aparato cultural amiguero y perezoso que no ayuda en nada. Las exigencias de revistas, periódicos y editoriales son muy bajas. Creo que hay suficiente talento en Yucatán para que funden una editorial o una revista de calidad que les permita dialogar con otras literaturas, esa confrontación con lectores de otras latitudes nos haría mucho bien, descubriríamos que la mayoría de los jóvenes escritores yucas debieran dedicarse, a lo mucho, a redactar las instrucciones de uso para una tostadora; pero también que  existen algunas plumas que debieran tener exposición nacional, que sobrevivirían a críticos más exigentes que los meridanos, se enriquecerían con ese diálogo; no lo han hecho por tímidos, flojos y porque el ICY desperdicia sus recursos sucumbiendo ante el berrinche de cualquier artistoide bien-amigado.

CN: ¿Tú cómo decidiste no entrarle al mismo juego?
JP: No lo decidí, nunca lo consideré. Si quieres vivir de algún arte tendrás que convivir con el aparato cultural, pero que eso sea tu motivación para crear es patético y ocurre con demasiada frecuencia. Mi bisabuela me enseñó que los juegos de poetas institucionales son de villanos.

CN: ¿Qué experiencias te abrieron la mente para irte a vivir a Guadalajara?
JP: No quisiera sobresignificar esta decisión, hay miles de personas moviéndose de una ciudad a otra todos los días. Me fui de Mérida cuando más feliz era ahí porque tuve la impresión de que todo se repetiría eternamente, tenía curiosidad por vivir nuevas experiencias, mudarte de ciudad te despierta los sentidos.

CN: ¿Cómo ha sido trabajar en Replicante?
JP: Ha sido una experiencia de aprendizaje especial. Para mí  es un sueño bizarro, salí de Mérida sin trabajo, desde hace varios años era mi revista favorita, me identificaba con sus contenidos mucho más que con los de cualquier otra propuesta en el país. No faltará el acomplejado que me tache de barbero, pero trabajar con una persona que admiras es un privilegio. Rogelio Villarreal es un tipo excepcional, con muchísima experiencia como editor y gestor, que sabe muy bien cuando ser amigo, jefe o maestro. El profesionalismo y la entrega que tiene hacia su revista se contagian a todo el equipo. También disfruto el contacto con los colaboradores a través de Resonante, nuestro podcast semanal. En general, es un reto diario por hacer mejor nuestro producto. Sobre todo es muy emocionante formar parte de esta transición a la virtualidad, estoy plenamente convencido de sus virtudes. Poder incorporar otros formatos como el audio y el video, las posibilidades del hipervínculo, la oportunidad de comentar, anuncian una mutación en la forma de leer que apenas está comenzando y me siento muy afortunado de poder presenciarla desde esta posición.

CN: ¿Qué fuerza tiene la literatura mexicana actual en el resto del planeta?
JP: En estos momentos la literatura mexicana importa infinitamente más para México que para el resto del mundo. No está tan jodido, hay una sobreoferta universal de libros, tenemos varios autores que disfruto leer, eventualmente aparecerá otro Rulfo. Si sumas periódicos, blogs, libros, revistas, hay un sano intercambio de ideas atravesando el país, es una novedad que hubiera sido imposible hace poco tiempo, veamos a dónde nos lleva.
 
CN: Y en síntesis, ¿qué está pasando ahora: ves futuro?
JP: No me queda claro si te refieres a Yucatán, a México, a la literatura o a la literatura mexicana. Veo una tormenta y una plaga de ardillas comiéndose los ojos de la gente como nueces.

 
De La neta sobre Yucatán

El caso más grave es el Diario de Yucatán, una institución inquisidora cuya postura ideológica y moral se ha transmitido de una u otra forma en muchos de sus lectores. El miedo al cambio es una de las características definitivas del yucateco. Cada impulso individual o grupal de movimiento es sosegado por un letargo colectivo. Lo rechazan porque un instrumento de reflexión como debiera ser un periódico difunde una fantasía de una realidad construida alrededor de miedos que se contagian en la sociedad como la gripa. El yucateco está viviendo una transición tardía a la posmodernidad (para bien y para mal) porque no se le han otorgado las herramientas para desarrollar un pensamiento disensual. El que difiere es castigado, desde la quema de libros en Maní, los asesinatos de Felipe Carrillo Puerto y El Charras, pasando por la clausura de medios decimonónicos como el Bule Bule, hasta tantos otros que son enjuiciados en el día a día de una isla hiperconservadora. El Diario de Yucatán es el último de los grandes aparatos censuradores de la historia yucateca, eso nadie debe olvidarlo (es lo que ocurre cuando empresarios y no periodistas dirigen un periódico), no importa si en la jerarquía de valores el asesinato se condena más que el raciocinio.
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El auto de fe de Maní, en el cual se incendiaron una cantidad invalorable de objetos sagrados, imágenes de culto y códices mayas, es quizás la pérdida más grande de conocimiento en la historia de la humanidad. El detrimento de obra griega tras la conquista romana no se puede comparar, ellos tuvieron un largo imperio, sentaron parámetros morales y preceptivos que sobreviven hasta hoy, y dejaron grandes evidencias de su literatura, ciencia, filosofía.  Ya se ha dicho en diversos ensayos sobre la mexicanidad: aquí se interrumpió un proyecto de Estado original y el desarrollo de una cosmología que nunca tuvo la oportunidad de dialogar con las dos grandes mentes del cosmos, la oriental y la occidental. La historia de la inteligencia humana se entiende mejor cuando se lee cronológicamente; el conflicto es que aquí se achicharraron los pilares, como si hubiese hecho combustión espontánea el viejo testamento y la mayor parte del nuevo. Después de eso, Yucatán nunca recuperó conciencia de sí mismo.
*** 

Sencillos, humildes, amables; el yucateco reprime su ira, eso conduce invariablemente a la depresión.

Chismosos, inseguros, celosos; el yucateco no se da la oportunidad de reconocerse en el otro, prefiere destruirlo.

Conservadores, conversadores, convergentes; el yucateco persigue infinitamente la reafirmación de su identidad, no la construcción.

Juiciosos, tercos, apegados; el yucateco habita un tiempo y un espacio imaginados.

Malapaga, hedonistas, cobardes; el yucateco encuentra el placer en la evasión.

La sociedad yucateca, meciéndose en su hamaca colosal desde hace medio siglo, no ha logrado recuperar la concentración, la conciencia de sí, por el contrario, lo único que debieran celebrar este año es el bicentenario de una prolongada divagación.

Lee el ensayo completo AQUÍ   
[Foto: Cortesía Joaquín Peón Íñiguez]