17.4.15

vuélvete loco, lee a zizek



Una montaña rusa intelectual.


Nadie obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del  goce: ¡Goza!

Jacques Lacan, Seminario 20


Para quienes no lo conozcan, va una introducción. Slavoj Žižek, una especie de Papá Pitufo extrovertido y mediático, es uno de los filósofos más populares del planeta. En parte, por su deslumbrante capacidad de abordar cualquier asunto, desglosarlo y practicar una cuidadosa disección. Suele dar entrevistas a los medios e intervenir en encuentros universitarios, y cuenta chistes comunistas para ejemplificar sus ideas. También se vale del cine hollywoodense, la cultura popular, y lo que tenga a la mano. Ha llevado el pensamiento rizomático a una nueva y entusiasta ruta crítica. Sus pilares teóricos—el marxismo y Jacques Lacan—se filtran sobre la gran masa de ideas que constantemente está manoseando, como si fuera la de una pizza. Y esa pizza, señores, nosotros la comemos. La hornea para un público que le sigue en su aventura de pensar y deconstruir el mundo.

Este intelectual esloveno publicó hace varios años una guía básica sobre la obra lacaniana, How to read Lacan—íntegra en su versión original aquí—que se lee como si fuera una novela de aventuras, un Castlevania intelectual, con dragones superyoicos y siniestros castillos espectrales.

A pesar de que la lectura en sí misma implica cierta dificultad, Žižek vigila que nadie se caiga al precipicio. A veces puede parecer vertiginosa y, en efecto, caemos. No obstante, la relectura y las anotaciones clave permiten digerir mejor el plato fuerte, condimentando con sabrosas digresiones no exentas de ironía. Un ejemplo. En el capítulo titulado Lacan juega con Bobok, Žižek se vale de un cuento de Dostoievski para explicarnos cómo opera el superyó en la teoría lacaniana. Va más o menos así. Iván Ivanovich, un escritor alcohólico, escucha con insistencia varias voces que repiten: ¡Bobok! ¡Bobok! ¡Bobok! (Sí, como el Babadook.) Sale a caminar y se cruza con un entierro. Merodea un poco por ahí y oye que un grupo de muertos vivientes, una vez liberados de su carga social, comparten sus “sucios secretitos”. ¿Pero son libres de verdad?, nos pregunta Žižek. ¿Ya no tienen ninguna atadura moral para decirse francamente lo que piensan? ¿Para desnudarse? (Uno piensa inevitablemente en A puerta cerrada, de Sartre). Lo que en realidad ocurre, explica el filósofo, es otra cosa:

¿Cuál es entonces la compulsión que lleva a los cadáveres a la obscena sinceridad de tener que “contarlo todo”? La respuesta lacaniana es muy clara: el superyó, no como una instancia ética, sino como la obscena exigencia de gozar. Esto permite comprender lo que tal vez constituye el último secreto que los difuntos no quieren que el narrador sepa: su impulso de decir sin pudor toda la verdad no es libre, la situación no es “Ahora que no hay reglas ni restricciones de la vida cotidiana que lo impidan, por fin vamos a poder decir (y hacer) lo que queramos”. Por el contrario, su impulso depende de un cruel imperativo superyoico: los espectros deben realizar actos obscenos.

Leer a Žižek es como hacer zapping. De los muertos vivientes damos un salto al tema de Dios y las instancias del superyó, y de ahí nos vamos al gnosticismo. Ya avanzados en el trayecto de la película mental que nos estamos representando, a expensas de su arriesgada forma de hilar una escena con otra, encontramos en las páginas 107/108 la siguiente reflexión sobre el ciberespacio:

Incluso en la ideología del ciberespacio hay huellas claramente discernibles de gnosticismo. La utopía ciberespacial de un yo liberado de sus ataduras carnales, flotando como entidad virtual que se encarna en cuerpos diferentes, es la realización científico-tecnológica del sueño gnóstico de un yo liberado de la decadencia y la inercia de la realidad material. No sorprende que la filosofía de Leibniz sea una de las principales referencias filosóficas de los teóricos del ciberespacio: Leibniz concebía el universo compuesto de “mónadas”, sustancias microscópicas cerradas sobre sí mismas, sin ventanas hacia el exterior. Uno no puede dejar de notar la asombrosa semejanza entre la “monadología” de Leibniz y la creciente comunidad ciberespacial en la que la armonía global y el solipsismo coexisten de manera extraña. (…) Somos cada vez más mónadas sin ventanas a la realidad, interactuando a solas con la pantalla de la computadora, relacionándonos sólo con simulacros virtuales, y a la vez inmersos más que nunca en la red global, en comunicación con el mundo entero.

Nuevamente, en función de un extraordinario efecto random, la agudeza de Žižek une a Leibniz (inventor por cierto del cálculo infinitesimal) con la triste condición de encierro virtual que supone el uso de Internet. En una entrevista al diario español El País [23/03/2007], comentaba socarronamente: «En California la gran moda es un invento llamado Masturbatón: 400 personas se masturban en un lugar público, pero no tienen derecho a tocarse. La entrada cuesta 20 dólares y, por supuesto, el dinero se destina a una obra de caridad. Esa lógica masturbatoria es la que rige hoy las relaciones sociales. Vivimos en un solipsismo colectivo. Eso es también Internet: todos conectados pero todos aislados.»

Slavoj Žižek es una montaña rusa intelectual. Sus túneles lacanianos se abren y cierran como las bocas de las lampreas. Por momentos, creemos estar viendo un capítulo de Hora de Aventura cuando pasamos del espanto a la risa explosiva, del baile dionisíaco a la investigación filosófica ruda. Hay un mood particular en ello. Encontramos mucha experiencia de vida. Lacan estaría gozando si lo pudiera leer.

Cómo leer a Lacan
Slavoj Žižek
Paidós, Colección Espacios del Saber
Traducción de Fermín Rodríguez
1ª edición, 2ª reimpresión
Argentina, 2013