12.11.18

carrie_el karma y las reencarnaciones


Si los tiempos actuales reclaman mitos a la altura, ¿cuál es la vigencia de este clásico?


1. Carrie, el remake dirigido en 2013 por Kimberly Peirce a partir de la película original de 1976, dirigida por Brian de Palma, ostenta un extraño poder de concentración sobre los temas que Stephen King aborda en su novela. Justificarla resulta un tanto inútil, principalmente porque ha sido encapsulada para un público joven, es más explícita en lo visual, y en el intento por estremecer a las mentes vírgenes acude a la sangre como agua bendita. Sin embargo, la tensión y el ritmo volcánico hacia el desenlace, en el que todo arde en un trágico crepitar de adolescentes, le dan créditos extra. Las comparaciones son lógicas, y aunque el propio King se preguntó en su momento cuál sería el objetivo de filmar nuevamente una historia que ya tenía una excelente adaptación, el espectador millennial/centennial busca la gratificación narcisista de modo más agresivo. Sí, como un adolescente. La sangre a cualquier precio.

2. Si Carrie fuera una kit de personajes Playmobil, sería fácil reconocer los arquetipos que la estructuran: la chica vulnerable, la madre fanática, las amigas acosadoras y el muchacho deportista. Todo envuelto en papel terciopelo rojo, con un enorme lazo negro a la altura de sus cabezas. Precisamente, la versión de Peirce sigue funcionando, casi cuatro décadas más tarde, porque tales figuras echaron raíces en el imaginario estadounidense—el talento de King en el análisis sociológico es brillante, así como la vivisección realizada por Roberto Aguirre-Sacasa, ahora reconocido por los aportes al Archieverso de Riverdale. Comprimir estas personalidades en un escenario mucho más pulido, acentuar los momentos viscerales y renovar ciertos nodos de tensión son un conjunto de estrategias creativas que dan en el clavo. Además, por supuesto, de la presencia de Chloë Grace Moretz y la fascinante Julianne Moore. De puto miedo.

3. En un diálogo que nunca veremos, la Carrie de 1976 dialoga con la de 2013. Ambas han sufrido el mismo bullying: desde los encierros en el clóset hasta el griterío de la primera menstruación. Sin embargo, la primera todavía no sabe de las balaceras en los institutos de Estados Unidos. La segunda, tristemente, ha visto demasiados. ¿Qué tipo de violencia desata cada época, y hasta dónde hemos llegado en la ejecución de una venganza? Son preguntas que pueden alentar una disertación más o menos filosófica sobre los límites de la dignidad personal en ambientes opresivos. La escuela y el hogar pueden ser combustible suficiente para una carnicería colectiva. La visión de King resulta premonitoria, y lo interesante de la segunda entrega reside en cómo dialoga desde la ficción con las tragedias escolares. ¿Qué nos dice Carrie sobre los tiroteos indiscriminados en las aulas, a manos de adolescentes frenéticos?





4. La lectura más tangible sería que Carrie, en su vertiente cruel y sanguinaria, no es más que el resultado de una ecuación social abrumadora. Como Frankenstein para la Ilustración, es un producto de nuestra época. La creamos nosotros, igual que el yogur dietético y las promociones navideñas, que no existirían si un consumidor ansioso no abriera la boca o deslizara su tarjeta de crédito. Desde la óptica feminista, Carrie reivindica el derecho a la sangre, a decir: también la sangre tiene derechos. Como espécimen biológico, Carrie demuestra que, tras una temporada en el infierno, cualquier animal desdobla su instinto de supervivencia. Canetti apunta en Masa y poder que siempre clavaremos en alguien más los aguijones que nos fueron insertados. Se sabe que antes de la toma de Bastilla, en el prólogo de la revolución francesa, los bretones mataron una cantidad monstruosa de liebres y conejos, de cuatro a cinco mil piezas.

5. Con Carrie, como explica Mariana Enríquez, Stephen King fija el horror en lo cotidiano, a través de «lo que él llama factores de presión fóbica sociales. Carrie se trata de una masacre escolar, de bullying, de fanatismo religioso, del poder de una adolescente que sale de la represión. Si a Carrie se le saca la telequinesis y se le da un arma, la novela cambiaría, pero no su esencia. Que sea una novela de terror le da, además, un poder diría mitológico, de leyenda urbana, muy impactante.» Me parece que la clave para entender la vigencia del mito está en la intuición de un enorme malestar social, que el cine ha sabido exprimir en términos económicos. Finalmente, todos ganan: el escritor que describió una turbulenta bomba de tiempo, la industria que supo cómo fabricar bolsitas de sangre artificial con sus vaticinios, los próximos jóvenes resentidos de cualquier high school en desgracia y tú, lector, que seguirás alimentando la rueda del karma audiovisual.

Porque Carrie, al parecer, tendrá infinitas reencarnaciones.



Carrie, 2013
Kimberly Peirce
Metro-Goldwyn-Mayer + Screen Gems