Adventure Time es una de las animaciones
más extrañas que haya visto. La conocí un día nublado, en la Ciudad de México,
de regreso al departamento que compartía con un par de roomies cerca
del metro Juanacatlán. Todos los viernes solía salir del trabajo para
abastecerme de libros, videojuegos, películas (preferentemente de terror) y
prácticamente de cualquier rareza pop que me cautivara.
Investigué que su creador, Pendleton Ward,
había egresado del Instituto de Artes de California. Pero esos detalles uno los
rastrea fácilmente en Google. Lo que realmente me sorprendió de esta serie de
Cartoon Network es su fabulosa capacidad de inventiva (con la séptima temporada
en curso) y los recursos narrativos que siempre se expanden y desafían la
imaginación del espectador, sin que el rango de edad importe demasiado.
Hay grandes historias, y todas encapsuladas en 11
minutos. Hay amor, lealtad entre amigos, un sentido de la justicia
insobornable, y cierto reclamo ecológico por el futuro de nuestro
planeta—recordemos que los héroes fueron sacudidos por un holocausto nuclear.
Hay situaciones surrealistas hilarantes, canciones pegajosas como chicles de
fresa y mucho humor absurdo. Un mundo abierto, flexible y alucinante nos
espera.
Adentrarse en Hora de Aventura
es fácil. Sus personajes nos enseñan que en la variedad está el sabor. Una
princesa nerd, un hermoso unicornio que habla un lenguaje desconocido y una
consola de videojuegos portátil son solo tres ejemplos. Y, claro, están Finn y
Jake, que son una versión millennial de los épicos Don Quijote y Sancho
Panza, con sonido de ukelele al fondo. Y mucha, mucha diversión.
El éxito de la serie ha sido tal que ya circula por
Internet una cantidad insospechada de explicaciones (¡de lo conspiranoico a lo
francamente ridículo!) sobre sus episodios. Así las cosas en el reino de
Ooo.