De camino a la casa de la chica de las
gafas oscuras atravesaron una gran plaza donde había grupos de ciegos
escuchando los discursos de otros ciegos, a primera vista ni unos ni otros
parecían ciegos, los que hablaban giraban la cara gesticulante hacia los que
oían, los que oían dirigían la cara atenta a los que hablaban. Se proclamaba
allí el fin del mundo, la salvación penitencial, la visión del séptimo día, el
advenimiento del ángel, la colisión cósmica, la extinción del sol, el espíritu
de la tribu, la savia de la mandrágora, el ungüento del tigre, la virtud del
signo, la disciplina del viento, el perfume de la luna, la reivindicación de la
tiniebla, el poder del conjuro, la marca del calcañar, la crucifixión de la
rosa, la pureza de la linfa, la sangre del gato negro, la dormición de la
sombra, la revuelta de las mareas, la lógica de la antropofagia, la castración
sin dolor, el tatuaje divino, la ceguera voluntaria, el pensamiento convexo, el
cóncavo, el plano, el vertical, el inclinado, el concentrado, el disperso, el
huido, la ablación de las cuerdas vocales, la muerte de la palabra, Aquí no hay
nadie que hable de organización, dijo la mujer del médico a su marido, Quizá la
organización esté en otra plaza, respondió él.
José Saramago, Ensayo sobre la
ceguera