3.11.14

ese profundo sentimiento_entrevista con maría mercedes salgado




ese profundo sentimiento
        entrevista con maría mercedes salgado
        por christian núñez


Radicada en París, María Mercedes Salgado (Bogotá, 1986) dialoga con la posmodernidad y ese profundo sentimiento de desengaño por el ir y venir de las tendencias artísticas contemporáneas, siempre superfluas y conceptuales al mismo tiempo. 

¿Cómo cambió tu visión del arte a tu salida de Colombia?
MM: Para mí, no creo que hubiese una diferencia en mi definición de arte contemporáneo al cambiar mi lugar geográfico, cultural y social. Al llegar a Europa, empecé a confirmar (para mi desagrado) la herencia inescapable de un colonialismo socio-eco-cultural que nos hace (a los latinoamericanos) aspirar a una ilusión de primer mundo. Digo ilusión, porque al llegar al primer mundo, lo primero evidente es la carencia de sorpresa (en el arte contemporáneo—debo aclarar). Todo es como tan esperado, es como viajar un poco en el tiempo, confirmar lo que la teoría postmoderna afirma; ya no hay vanguardias, existe más bien una repetición agotada de teorías y prácticas modernas.
La sorpresa, para mí, fue precisamente confirmar mi cinismo, esperar lo esperado. Mi primer año en Holanda fue decepcionante—tomando la decepción como positiva y necesaria. Creo que lo peor que me habría podido pasar ese año habría sido encantarme o asombrarme. Habría terminado quién sabe haciendo qué: arte relacional, práctica social. Habría sido trágico y coartador para mi trabajo, para mi pensamiento, para mi personalidad también. Protejo mucho mi capacidad de decepción. Después de un año, producto de la decepción, me cambié de programa de maestría. Fui a parar al DAI (Dutch Art Institute), un programa que funcionaba con una estructura que me llamó la atención, que no contaba con un “studio space” y “studio visits” y demás artistadas. En vez de eso se concentraba todo en una semana al mes, una semana comprimida de diálogo, de debate, de momentos de aprendizaje y momentos de enseñanza, una semana comprimida de sorpresas y decepciones, de absoluto agotamiento y fiesta imparable, de guayabos (resacas), de amistades y enemistades (a veces en una misma persona). Era una vida aparte de la vida misma comprimida en una semana agotadora para el cuerpo, la mente y el alma. Y después venía un periodo de tres semanas donde uno se descomprimía, y todo lo que había acumulado, toda ese mugre se convertía en algo. En el DAI, logré desarrollar mi decepción, intenté re-encantarme y sigo ocupada intentándolo, pensando en la posibilidad de un nihilismo “positivo” (aclaro, no optimista, sino positivo).




«Crecí con parabólica y tengo gustos insoportablemente burgueses», anotas en los subtítulos del video La revolución está de moda, donde apareces encapuchada lanzando un speech subversivo contra la “tiranía del concepto” en el arte contemporáneo. Atacas desde una postura académica y erudita la dictadura estética, pero al mismo tiempo es como si quisieras exorcizar tus orígenes y tu filiación posmoderna. ¿Cómo resuelves tantas contradicciones?
MM: Creo que la mayoría, si no todo mi trabajo, gira justo en torno a “tantas contradicciones”. Cuando hice el video de La revolución está de moda me interesaba mucho el carácter social del artista y como éste se encuentra directamente ligado a las tantas hegemonías en el arte, y su tensión necesaria con la institución y los entes patrocinadores o facilitadores para la producción.
Creo que contrario a exorcizar mis orígenes, al utilizarme, busco ponerme en el centro de la crítica. Una de mis grandes luchas, en mi trabajo, es la delgada línea entre ironía y comedia. Al usarme INTENTO (es un gran intento) alejarme de la condescendencia que lleva la ironía. Buscar, en términos coloquiales, “burlarme de mí misma”. Hasta ahora no lo he conseguido del todo, es parte de mi interés ahora, cómo deshacerme de ese cinismo contemporáneo.
Para responder a tu pregunta, creo que no busco resolver las contradicciones en mi trabajo, sino justamente hacerlas visibles. Uno de mis “objetivos” (aunque no me gusta tener objetivos, pero usaré la palabra para este caso) es pararme en el medio, en el área gris, ser de esos detestables inciertos, no afiliarme a ningún lado, no tener una anclada postura, cambiar de posición siempre. Y lo hago no con pretensión, aunque sé que parece tremendamente pretencioso, pero lo hago más porque no puedo hacer caso omiso a tanta contradicción, no puedo ignorar la complejidad del ser humano, ni la fragilidad de una ideología.    
 
¿Qué es el artivismo? ¿Hay algo en el arte digno de salvar?
MM: Cuando hablo de artivismo me refiero a las prácticas artísticas que están involucradas con prácticas sociales, con activismo político, discursos que botan de un lado a otro la palabra comunidad y colectividad. Creo que estas cosas deben permanecer separadas, que el arte no debe cumplir funciones adoctrinantes ni llevar estandartes y banderas en alto de ningún tipo. Es decir, no es que no deba, pero me molesta que estas prácticas se conviertan en hegemonía trillada y poco estudiada, en una excusa para acceder a becas o residencias. Pienso que uno puede valerse, como artista, de herramientas del lenguaje artístico para hacer activismo o marchar por una causa de su interés personal, pero como persona, y no aprovechando esa situación (sea la que sea) para ponerle el nombre de arte. La verdad, me cansa ver a un grupo de artistas “ocupando” esto o lo otro, o teniendo “experiencias etnográficas”. Pienso, en paralelo con Jean Luc Nancy y su “Comunidad Inoperativa" [1], que la manera más efectiva de abordar una comunidad es justamente dejándolo de hacer. Burdamente parafraseando a Nancy, la comunidad más exitosa es una comunidad inoperativa, es decir, una comunidad que no busca ser comunidad.
En fin, creo que estos debates DEBEN darse en el arte, pero de manera rigurosa. El problema es que el arte parece, cada vez más, comportarse de acuerdo a las modas; y la moda ahora es toda esta cosa de “community”, “collectivity”, “social-relational-artistic/aesthetic practices”, etc. Muchos artistas toman estos conceptos y los convierten en estandartes de su práctica, sin cuestionar o ahondar en ellos piensan que por involucrar a campesinos, indígenas, red necks, o cualquier otro grupo social en un pseudo-experimento social que genere algún tipo de imagen ya están abordando la comunidad, están involucrándose de manera activa y pro-activa en la sociedad, generando impacto social a través del arte. A eso me refiero con artivismo.
¿Lo “digno de salvar” en el arte? Lo que más valoro de esto que llamamos arte es su espacio de debate. Me cuesta a veces explicar a lo que me refiero con esto, pero es más o menos algo como su capacidad de ser un espacio de investigación alternativa, un espacio de pensamiento a través de fuentes imaginables e inimaginables, un encuentro de cuestionamientos que buscan desenredarse material, visual, sonora, etcéteramente.


En tus videos juegas con la ironía y el kitsch. Mencionas que te gustaría ser como Bukowski, pero eres demasiado bonita. También muestras tus senos con la leyenda I Am Making Useless Art. Todo esto es ecléctico, parecen bromas intelectuales con ánimo de burla. ¿Cuál es la intención de fondo?
MM: Primero, antes que nada, amo la palabra ecléctico. Gracias por usarla en tu pregunta. Está tan demeritada la pobre. Es como mal visto ser ecléctico. Pero no hay nada que me complazca más que responder por ejemplo a preguntas horribles como ¿qué tipo de música te gusta? con “Soy ecléctica”. Me sonroja que me digas que soy ecléctica porque a veces siento como si no lo lograra. Me visto de cuero en ocasiones pensando que me veo muy ruda, pero la verdad se me atraviesa por la mente el escalofriante pensamiento de que a pesar de mi facha la gente siga pensado que sólo soy dulce y “etérea” [risas]. Todo esto me hace volver a la noción del carácter contradictorio del ser humano, es algo tan simple pero que me motiva tanto. Tratar de hacerlo todo visible, incluso lo que intentamos esconder, esas vergüencitas creo que hacen a la gente sonreír porque se les ha pasado por la cabeza, hay un nivel de familiaridad en amar y odiar algo simultáneamente, en querer ser un ilustre borracho como Bukowski pero al mismo tiempo añorar una buena taza de té con galleticas mientras uno ve, qué se yo… Friends en la tele. 
No creo poder responder lo de la intención de fondo. No creo tenerla, aunque al mirar mi trabajo en conjunto, con distancia, claro que empiezo a darme cuenta que existe un hilo conductor, unos intereses que son los que me llevan a seguir haciendo. Intereses primordialmente de naturaleza humana, del tipo ¿por qué hacemos esto o lo otro?, y por eso creo que en ocasiones me he metido con lo que se conoce como “crítica institucional”, porque me intriga esta cosa del arte, ¿por qué putas hacemos arte? Me fascina que mi propósito en la vida sea un despropósito, la inutilidad de lo que hago/hacemos, para mí, cobra un valor impensable, una cosa que sólo puede estar en esa experiencia del arte. Incluso hoy en día, cuando el arte se avergüenza de su pasado pasional, emotivo, hoy en día que racionalizamos toda manifestación artística, que academizamos e intelectualizamos, se nos sigue escapando esa intención de fondo.
 
Autores cruciales para tu formación: quiénes y por qué. Vi nombres como Baudrillard, Derrida, Deleuze, pero no quiero obviarlo todo.
MM: Bueno, este es otro de mis temas de interés. Esta cosa de los autores. Moda otra vez, pero sin embargo una moda que hace que caigamos en una especie de conjuro colectivo. Los papás intelectuales… o las mamás… claro que la verdad soy bastante machista con respecto a mi lista de autores… las feministas me aburren. Lo siento. Es una afirmación un poco fuerte para hacer, la verdad es que no conozco lo suficiente en cuanto a perspectivas femeninas… y lo poco que he tratado de leer termina por aburrirme como Sontag, Lippard, etc.
Pero bueno, volviendo a encarrilarme, el trío que mencionas (Baudrillard-Derrida-Deleuze) fueron durante mi época universitaria papás de pensamiento. Uso la figura paternal porque uno descubre a estos autores y se encanta porque existe una familiaridad, una especie de “¡pero como es posible que esta persona piense lo mismo que yo!” Y es después de eso que empieza el aprendizaje. He intentado miles de veces leer algo con lo que no estoy de acuerdo o que no me interesa, ¡y qué difícil que es! Qué terquedad, nos gusta la afirmación de nuestros propios sistemas de valores. Que además no son gratuitos, sino generados por una mediatización encubierta de todas estas teorías modernas y post-modernas. Es que Baudrillard por ejemplo, con sus simulacros y sus hiperrealidades, resulta básicamente una lectura de nuestra experiencia generacional, de lo que hemos vivido las últimas generaciones (finales de 70’s, 80’s y especialmente 90`s). Y por eso lo leemos en unísono. Después alguien nos dice, “pffff! Baudrilard es basura...” Y entonces empezamos a cuestionar y pasamos a Derrida, porque es mucho más rudo y enredado. Y empezamos a descubrir cómo alguien parece narrar nuestros hábitos de lectura, que considerábamos tan peculiares y únicos y de pronto… Deleuze con su indescifrable Anti-Edipo y sus Mil Mesetas y esta cosa del rizoma… ¡Pero cómo es posible que esté describiendo mi proceso de pensamiento, mi anti-método, mi desorden investigativo! 
Por momentos breves le creemos todo a uno y al otro. Y todos nuestros amigos y compañeros universitarios empiezan a botar sus nombres en conversaciones pretenciosas y entonces asentimos sin tener idea de quién es Adorno o el que esté de turno, pero llegamos a casa e investigamos y leemos y nos sorprendemos y nos encantamos y luego somos nosotros los que estamos botando el nombre en medio de una conversación despectivamente, y así, etc., etc. El conocimiento se genera a través de la pretensión, en muchos casos.
Sin embargo, ahora estoy tratando de dejar de lado un poco la teoría, o más bien me interesan teóricos o textos que involucran formas más literarias. Y estoy en época de inmersión literaria. Ahora mismo estoy prendida de Bolaño. Habiendo leído Los Detectives Salvajes, ahora leo lentísimamente 2066. Y bueno, poetas: Mary Oliver (una mujer por fin), Carl Sandburg, Bukowski me sigue gustando a pesar de que ahora es mainstream y la alternatividad nos dicta despreciarlo.
Hay tantos.
Por otro lado, más teórico, me tiene loca Maurice Blanchot. Tiene una facilidad por hacer teoría literaria a través de una narrativa conmovedora. Suena muy romántico de mi parte, y es que esa es una gran parte mía. Y un autor que no es ampliamente conocido pero que es hoy en día de mis autores consentidos; su nombre es Walid Sadek.
 


¿Qué opinas sobre la noción de simulacro de Baudrillard y cómo se revela en tu obra? En El crimen perfecto hay una cita oportuna:
Antes teníamos unos objetos en los que creer, unos objetos de fe. Han desaparecido. Pero teníamos también unos objetos en los que no creer, función tan vital como la primera. Unos objetos de transición, irónicos en cierto modo, objetos de nuestra indiferencia, pero objetos en cualquier caso. Las ideologías desempeñaban bastante bien ese papel. También han desaparecido. Y sólo sobrevivimos gracias a un acto reflejo de credulidad colectiva que consiste no sólo en absorber todo lo que circula bajo el signo de la información, sino en creer en el principio y en la trascendencia de la información, sin dejar de sentirnos profundamente incrédulos y refractarios a este tipo de consenso reflejo. Al igual que los siervos jamás creyeron que eran siervos por derecho divino, nosotros no creemos en la información por derecho divino, pero actuamos como si así fuera. Detrás de esta fachada crece un principio de incredulidad gigantesco, de desafección secreta y de denegación de cualquier vínculo social.
MM: Estuve muy pendiente de esta noción de simulacro de Baudrillard hace unos años. Y ahora siento que a pesar de no ser mi referente principal en este momento, es imposible escapar de tal referencia, por su mismo carácter envolvente. Y no es que lo quiera tampoco, escapar. Me parece una buena referencia cuando se trata de mi trabajo; que podría decirse, busca finalmente develar este crimen perfecto del que habla Baudrillard, esa capacidad nuestra como sociedad de hacer de la decepción nuestro motor, de abrazar la fachada, de continuar enmascarados habiendo ya reconocido la máscara. Hay algo muy bello en la generación de hiperrealidades, creo que es un poco como reconocer nuestras naturalezas convexas y complejas, reconocernos como flotantes en un tiempo que no es de nadie, un espacio que habitamos en nuestros ayeres. Somos hoy, pero sin reconocer nuestro hoy, vivimos un poco en el pasado y un poco en una simulación de futuro, y nuestro presente es el espacio de nuestros desechos. No creemos pero actuamos como si lo hiciéramos. Por eso ahora todos somos “vegetarianos” y “verdes” y “zen”, hacemos yoga y ocupamos desde Wallstreet hasta museos de arte moderno como “protesta”. No tenemos el ímpetu de las generaciones de atrás y en lo único que nos reconocemos como conjunto es en nuestra apatía, en nuestro desconcierto, en nuestro desarraigo. 

Siguiendo la lógica del agotamiento de los metarrelatos, ¿hay algo después del nihilismo, o forma parte del mismo carrusel del eterno retorno?
MM: Esta es la pregunta del momento para mí. Es la pregunta que promueve mi investigación como artista. Antes, saltaría a la inmediatez de un NO. Pero ese es mi lado derrotista hablando. Ahora busco una especie de nihilismo positivo, no optimista, pero positivo. Creo que tenemos que salirnos del agotamiento. Ya llevamos un buen rato replicando todos esos metarrelatos. Y parece no haber nada más allá de esa época doradísima de la modernidad. Y a lo mejor no hay mucho más, pero sí creo que hay otras formas de contarlo. Pienso que tenemos que recurrir a otras narrativas, antes que nada tenemos que reformular nuestro lenguaje, nuestras definiciones, nuestros términos. Después de eso vemos si hay algo más allá.   


Proyectos en marcha, perspectivas a mediano plazo, ETC.
MM: Hmmmm… llevo un año diciendo que me dedicaré a escribir un libro durante un año. A lo mejor lo haga este año. No tengo muchas perspectivas, jugar al juego del arte (aplicar a residencias, exponer, asistir a conferencias, a exposiciones). Quiero enseñar, y cocinar y hacer cuando me entre la necesidad inconfundible de hacer, sólo así. No quisiera caer en la carrera insaciable de la producción.


[1] Nancy, Jean-Luc. The Inoperative Community. Minneapolis, MN: U of Minnesota, 1991.

imágenes: cortesía maría mercedes salgado