abril 15, 2015

creatividad y pastiche


 10 consejos para encontrar el hilo negro.

¿Qué tenemos aquí? ¿Un manual de autoayuda, un pequeño libro iniciático, un instructivo generacional? Roba como un artista, de Austin Kleon, es bastante más que eso. En unas 150 páginas, ilustradas con esquemas, dibujitos y demás curiosidades, el autor nos brinda 10 razones válidas por las que asimilar ideas ajenas, insertarlas en el trabajo propio y rendir un pequeño homenaje a quienes admiramos no sólo es saludable, sino esencial en el desarrollo de nuestra carrera como artistas o creativos a secas. La sencillez de los planteamientos, la presentación amena de las ideas y la cercanía con el lector son indudablemente tres razones por las que vale la pena leerlo—seguramente lo terminarás pronto; es un delicioso refrigerio. Ahora que las empresas tienden a buscar en el perfil profesional habilidades que vayan más allá de lo estrictamente cognitivo, éste es un extraordinario breviario que nos explica el qué y el cómo de la creatividad, de forma directa, casi como si platicaras con un amigo en un café un día soleado. La claridad no está reñida con el sentido del humor, de modo que si encuentras algún consejo del tipo “Practica la procrastinación productiva”, no hay nada que temer. Quizá unas buenas horas de Wii U no sean mala idea, o desempolvar esos viejos discos de David Bowie. O sencillamente, salir a correr. Como en el mito de Sísifo, la creatividad es circular. Uno siempre sube la roca, la deja caer y vuelve a comenzar. Se pone los tenis de nuevo. Sigue adelante.

¿Cuál es el secreto de la gente creativa? Supongo que te has hecho esta pregunta en varias ocasiones, y la verdad es que el trabajo constante, la disciplina rigurosa y trazarse objetivos viables son componentes básicos. Sin embargo, queda algo irreductible a la administración óptima del tiempo, los reconocimientos del gremio y la logística de nuestra vida. No es trivial que cineastas como David Lynch se refieran a las ideas como los grandes peces dorados, que es preciso rastrear en las profundidades. Hay que trabajar hacia adentro, intuitivamente, para generar insights significativos. Lo que en otra época podría llamarse epifanía, un elemento celestial o sobrenatural, nosotros lo hemos asimilado culturalmente como una iluminación interior. Para el caso es lo mismo. La creatividad necesita verte trabajando—¡y eso se lo robamos a Picasso! Roba como un artista es muy útil en este sentido; va directo al grano y recomienda que, francamente, aceptemos que vocación y dedicación son dos hermanas siamesas. ¿Acaso Daniel Johnston no se pasaba grabando sus primeros álbumes en audiocintas para regalárselos a la gente, hasta que logró colarse en MTV? ¿Y no es verdad que Bukowski le obsequiaba sus poemas a decenas de chicas buena onda? Y Thomas Bernhard, ¿no le recitaba poemas al oído a su madre, que había escrito para no volverse loco? Ejemplos sobran. Roba como un artista nos perdona de antemano. Hasta nos dice: trabaja como loco, recítale poemas a tu madre moribunda, véndele tu alma al diablo, pero no te olvides de una sola verdad: no hay nada nuevo bajo el solLa creatividad es un pastiche.


Roba como un artista
Austin Kleon
Aguilar, 2012
Tercera reimpresión, noviembre de 2014


abril 14, 2015

la música de snes me cambió la vida


VGM Power.


1
Esta historia comienza en algún punto de los años 90’s, tal vez a principios de esa década, cuando estaban de moda las Tortugas Ninja y Dick Tracy, personajes con los que la generación millennial seguramente se familiarizó. Era la época de la devaluación del peso en México, pero aún así podías disfrutar tu infancia sin preocupaciones mayores. Tenías un Super Nintendo, y ya con eso lo demás te valía madres. A veces, llegabas de la escuela y almorzabas rapidísimo para sentarte a jugar 3-4 horas, y nunca te aburrías. Fue un buen momento, pese a la crisis. Tenías—sin saberlo—la mejor consola casera, con un amplio repertorio de títulos fantásticos: Super Mario WorldSuper MetroidMega Man XSuper Castlevania IVDonkey Kong CountryContra III, y tus favoritos: los shoot ‘em up, también conocidos como matamarcianos—entre ellos AxelayGradius IIIParodiusSuper R-TypeDarius TwinVideojuegos de gran calidad, adictivos y nada complacientes. Nintendo se había convertido en una de las compañías más prestigiosas en el mercado del entretenimiento familiar, en competencia directa con Sega y su mascota puercoespín azul, el simpático Sonic. Sin duda, la industria seguiría creciendo y desarrollándose. Sony aún no entraba a dar batalla, ya no digamos Microsoft, de modo que el futuro era virgen. Cuando el cartucho se ensuciaba, solías soplar hacia adentro como si fuera una especie de Ocarina, sin preocuparte de los circuitos internos. No sólo eran tardes divertidas, sino placenteras: ¿quién se iba a preocupar por salir con chicas, o escribir poemas emulando a Vicente Huidobro? En cambio, prestabas atención a la música ambiental. A las deslumbrantes melodías elaboradas con sintetizadores, pegajosas e inmersivas—ahora que la palabra se ha puesto de moda entre los desarrolladores indies. Te la pasabas de puta madre, tarareando eso que ahora se conoce como VGM. Sin embargo, para ti eran sólo pequeñas perlas auditivas. Canicas sonoras, azules y galácticas.


2
Los años han pasado y el desarrollo de nuevas plataformas, con renovados recursos técnicos, facilitaron el trabajo de los compositores; en suma, permitieron nuevas y mejores experiencias. Imposible pensar, en los noventas, que Óscar Araujo participaría en un ambicioso proyecto para resucitar la franquicia de Castlevania. O que Gustavo Santaolalla se involucraría en el score de esa maravilla que es The Last Of Us. Incluso en juegos para dispositivos móviles se reconoce ya un esfuerzo por parte del equipo creativo para crear la música idónea. Por ahí están el electrizante Dariusburst Second Prologue con el OST de Zuntata, y Nihilumbra, una aventura extrañamente oscura, musicalizada por Álvaro Lafuente. He llegado incluso a conseguir ciertos títulos en función del apartado sonoro. El Donkey Kong Country Tropical Freeze fue uno de ellos—¡gracias David Wise!— y toda la camada de Mega Man para NES. Otros más: Journey, que con la etérea música de Austin Wintory se disfruta de maravilla; Papo & Youna deslumbrante metáfora del alcoholismo y la violencia intrafamiliar que Brian D’Oliveira supo traducir en piezas capaces de conmovernos hasta las lágrimas. Darren Korb aporta increíbles composiciones electrónicas para Bastion Transistor—oigan la versión en ‘modo humming’ de este último— y así podríamos alargarnos como en un viejo papiro japonés. Creo que mi amor por los videojuegos se alimenta siempre de la melomanía + los sucesos mentales que se detonan mientras estoy sumergido en algún túnel oscuro, una fábrica de hielo o, bien, la fortaleza del villano más cabrón del mundo. Por eso me cuesta entender la rivalidad entre gamers de diferentes consolas, tan parecidos a los haters del Barcelona o el Real Madrid. Yo encuentro música extraordinaria, experiencias inolvidables y un sinfín de conexiones a nivel neuronal lo mismo en un dispositivo móvil que en la Wii U o el PS3. En esto no soy nada dogmático.

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Existe otro gran tema a debatir, que en cierto modo se ha convertido en un tópico o ya de plano en un cliché. A saber, el de si los videojuegos son una forma de arte o no. Esto me trae a la mente el caso de Amarna Miller, una chica española que se ha convertido en la sensación del porno y francamente con justa razón, porque está buenísima. La cosa es que hace unos días, leyendo los comments sobre un debate en su página web, un tipo le decía que lo suyo rozaba la psicosis, y que en todo caso su (afortunado) novio era igual que ella. En síntesis, un par de chalados que querían parecer demasiado liberales y al final de cuentas no eran más que subproductos del consumismo erótico más vulgar. Pero Amarna sabe muy bien que lo suyo es el porno, aunque la forma de presentarlo sea más o menos conceptual, más o menos performática y cool. Y, volviendo al tema que nos ocupa, los videojuegos son precisamente eso: un producto de entretenimientoNo aspiran a la esfera elitista de las artes, aunque algunos tienen un grado de sofisticación inusual. No hay que perder de vista su objetivo, sus medios de representación, sus persuasivas campañas publicitarias y el modo en el que operan los grandes estudios para ganar adeptos y llenarse los bolsillos de buenos dólares. Ahora bien, la industria se ha desdoblado lo suficiente como para ir más allá del mero entretenimiento. Recuerdo haber visto el tráiler de ABZÛ en el E3 2014 y no me quedó la menor duda de que a veces las categorías salen sobrando. En todo caso, y aquí se me podrá acusar de subjetivo, el arte está en el ojo del que ve, y casi cualquier evento en este mundo puede ser transformado en experiencia estética—y a la inversa, muchas experiencias estéticas pueden terminar volviéndose un lugar común. A principios de los 90’s, recuerdo que comencé a leer cuentos de terror, y mi interés pasó por todos los géneros. Y luego hubo un quiebre. Me di cuenta que el horror también podía ser profundamente oblicuo y atmosférico. Amour de Haneke o Margin Call, de J.C. Chandor (que trata sobre la caída de Lehman Brothers) son dos ejemplos a la mano. Las categorías no sólo resultan reduccionistas, sino insuficientes. Pero insisto: Amarna Miller es un bombón. Seguro ya la están googleando.




abril 13, 2015

greenaway dietético



¡Caníbal!

The cook, the thief, his wife & her lover (1989) cuenta la historia de Albert Spica (Michael Gambon), el soberbio dueño de un restaurant gourmet, al cual llega en compañía de su distinguida esposa Georgina (Helen Mirren) y un grupo de mafiosos malcriados. Georgie soporta con estoicismo a los matones que se pelean, eructan y vomitan con absoluta naturalidad y en una de ésas se engancha de un intelectual cuarentón sentado en la mesa de enfrente, ejemplo de discreción y clasicismo: el buen Michael (Alan Howard). No han pasado ni treinta minutos y Georgina ya le está poniendo el cuerno a su marido, primero en el baño del restaurante y después en la cocina, con el visto bueno del chef—Richard Borst (Richard Bohringer)—, que la solapa benignamente. Albert tira mesas, derrama vino y pone el grito en el cielo. Los amantes corren a esconderse a una congeladora, luego a una camioneta de carne podrida y son trasladados, en completa desnudez, al depósito de libros de Michael. Un niño cantor les lleva alimentos. Pero, en virtud de una inflexible lógica de la tragedia, el intelectual muere en manos de los mafiosos. Entonces Georgina se venga, y de qué manera.

The cook, the thief, his wife & her lover es una salvaje lección de estilo. Jean Paul Gaultier diseñó el vestuario, los planos secuencia presentan una composición pictórica alucinante y los diálogos están repletos de cinismo ilustrado. La penúltima escena envuelve hondas reflexiones sobre la psicología de los comensales y el precio de la vanidad, y el score de la Michael Nyman Band no tiene desperdicio. Abre con Memorial, tema de intensidad sostenida a lo largo de doce minutos; le sigue Miserere Paraphrase, la canción del niño lavaplatos—cuya versión cantada, Miserere, se basa en el salmo 51: Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones, lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Book depository se oye cuando Georgina y Michael hacen el amor en medio de libros viejos, y Coupling establece un clima típicamente barroco.

Greenaway adereza la sordidez de la historia bañándola de cierto misticismo atmosférico. Sus manías y excentricidades se encuentran en perfectas condiciones, y el tono aristócrata/provocador de las escenas aún provoca risas amargas. Hace algunos años, el iconoclasta director británico decía en una entrevista: “Cuando innovas un veinte por ciento en tu obra pierdes un ochenta por ciento de tu público. Y yo estoy dispuesto a quedarme con ese veinte por ciento más inteligente. El buen cine tiene que ser como la buena literatura: exigente. A mí me han tirado mierda de perro y cócteles molotov por mis películas, pero me alegro porque eso quiere decir que hicieron repensar a alguien sobre cosas que había dado toda su vida por supuestas.”  
Justo ahora, en plena fiebre de veganos y vegetarianos, el que una mujer decida hornear a su amante para servírselo al marido vestida de negro, con una pistola apuntándole a la cabeza, y en perfecto estado de cocción, ¿no es exquisitamente perverso?




The cook, the thief, his wife & her lover
Peter Greenaway
Miramax, 1989

The cook, the thief, his wife & her lover (OST)
Michael Nyman
Venture/Carolina, 1991