30.11.18

monterroso_la rana


Un texto de Monterroso incluido en
La oveja negra y demás fábulas, de 1969.


Había una vez una rana que quería ser una rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una rana auténtica.

Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que parecía pollo.


josé saramago_desquite



Incluido en el libro de cuentos Casi un objeto, Desquite construye una brillante metáfora, en clave onírica, sobre la violencia y el instinto.

 
El muchacho venía del río. Descalzo, con los pantalones arremangados por encima de las rodillas, las piernas sucias de lodo. Vestía una camisa roja, abierta en el pecho, donde los primeros vellos de la pubertad empezaban a ennegrecer. Tenía el pelo oscuro, mojado por el sudor que le escurría por el cuello delgado. Se inclinaba un poco hacia delante, bajo el peso de los largos remos, de los que pendían hilos verdes de limos aún goteantes. El barco quedó balanceándose en el agua turbia y, allí cerca, como si lo espiasen, afloraron de repente los ojos globulosos de una rana. El muchacho la miró, y ella le miró. Después la rana hizo un movimiento brusco y desapareció. Un minuto más y la superficie del río quedó lisa y tranquila, y brillante como los ojos del muchacho. La respiración del limo desprendía lentas y muelles burbujas de gas que la corriente arrastraba. En el calor espeso de la tarde los chopos altos vibraban silenciosamente y, de golpe, flor rápida que naciese del aire, un ave azul pasó rasando el agua. El muchacho levantó la cabeza. Desde el otro lado del río una muchacha le miraba, inmóvil. El muchacho levantó la mano libre y todo su cuerpo dibujó el gesto de una palabra que no se oyó. El río fluía, lento.

El muchacho subió la ladera, sin mirar atrás. La hierba se acababa allí mismo. Hacia arriba, hacia allá, el sol calcinaba los terrones de los barbechos y los olivares cenicientos. Metálica, durísima, una cigarra roía el silencio. En la distancia la atmósfera temblaba.

La casa era baja, achaparrada, bruñida de cal, con una franja de ocre violento. Un lienzo de pared ciega, sin ventanas, una puerta en la que se abría un postigo. En el interior el suelo de barro refrescaba los pies. El muchacho apoyó los remos, se limpió el sudor con el antebrazo. Se quedó quieto, escuchando los golpes del corazón, el pausado brotar de sudor que se renovaba en la piel. Estuvo así unos minutos, sin conciencia de los rumores que venían de la parte de detrás de la casa y que se transformaron, de súbito, en gañidos lancinantes y gratuitos: la protesta de un cerdo atado. Cuando, por fin, empezó a moverse, el grito del animal, esta vez herido e insultado, le golpeó en los oídos. Y en seguida oyó otros gritos, agudos, rabiosos, una súplica desesperada, una llamada que no espera socorro.

Corrió hacia el patio, pero no pasó del umbral de la puerta. Dos hombres y una mujer sujetaban al cerdo. Otro hombre, con un cuchillo ensangrentado, le abría un tajo vertical en el escroto. En la paja brillaba ya un óvalo achatado, rojo. El cerdo temblaba entero, lanzaba gritos entre las quijadas que apretaba una cuerda. La herida se alargó, el testículo apareció, lechoso y rayado de sangre, los dedos del hombre se introdujeron en la abertura, tiraron, retorcieron, arrancaron. La mujer tenía el rostro pálido y crispado. Desataron al cerdo, le liberaron el hocico y uno de los hombres se agachó y cogió las dos piezas, gruesas y suaves. El animal dio una vuelta, perplejo, y se quedó con la cabeza baja, respirando con dificultad. Entonces el hombre se los tiró. El cerdo los mordió, masticó ansioso, tragó. La mujer dijo algunas palabras y los hombres se encogieron de hombros. Uno de ellos se rió. Fue en ese momento cuando vieron al muchacho en el umbral de la puerta. Se quedaron todos callados y, como si fuese la única cosa que pudiesen hacer en aquel momento, se pusieron a mirar al animal, que se había echado en la paja, suspirando, con el hocico sucio de su propia sangre.

El muchacho volvió al interior. Llenó un puchero y bebió, dejando que el agua le corriese por las comisuras de la boca, por el cuello, hasta el vello del pecho que se volvió más oscuro. Mientras bebía miraba fuera las dos manchas rojas sobre la paja. Después, con un movimiento de cansancio, volvió a salir de la casa, atravesó el olivar otra vez bajo el bochorno del sol. El polvo le quemaba los pies y él, sin darse cuenta, los encogía para huir del contacto escaldante. La misma cigarra rechinaba en tono más sordo. Después la ladera, la hierba con su olor a savia caliente, la frescura atontadora debajo de las ramas, el lodo que se insinúa entre los dedos de los pies e irrumpe por arriba.

El muchacho se quedó quieto, mirando el río. Sobre un afloramiento de limo, una rana, parda como la primera, con los ojos redondo bajo las arcadas salientes, parecía estar esperando. La piel blanca del buche palpitaba. La boca cerrada formaba un pliegue de escarnio. Pasó un tiempo y ni la rana ni el muchacho se movían. Entonces él, desviando con dificultad los ojos, como para huir de un maleficio, vio al otro lado del río, entre las ramas bajas de los salgueros, aparecer una vez más a la muchacha. Y nuevamente, silencioso e inesperado, pasó sobre el agua el relámpago azul.

El muchacho se quitó la camisa despacio. Despacio se acabó de desvestir, y sólo cuando ya no tenía ropa ninguna sobre el cuerpo, su desnudez, lentamente, se reveló. Así como si se estuviese curando una ceguera de sí misma. La muchacha miraba de lejos. Después, con los mismos gestos lentos, se liberó del vestido y de todo cuanto la cubría. Desnuda sobre el fondo verde de los árboles.

El muchacho miró una vez más el río. El silencio se asentaba sobre la líquida piel de aquel interminable cuerpo. Círculos que se alargaban y perdían en la superficie tranquila, mostraban el lugar donde por fin la rana se había sumergido. Entonces el muchacho se metió en el agua y nadó hacia la otra orilla, mientras el bulto blanco y desnudo de la muchacha se recogía hacia la penumbra de las ramas.



horacio quiroga_decálogo del perfecto cuentista


Publicado por primera vez en El Hogar, en julio de 1927, el Decálogo del perfecto cuentista de Quiroga formula diez postulados, aún vigentes, en torno al oficio narrativo.


I) Cree en un maestro—Poe, Maupassant, Kipling, Chejov–como en Dios mismo.

II) Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III) Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV) Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V) No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI) Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII) No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII) Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX) No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X) No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.



29.11.18

werner aspenström_ponerse a escuchar



Tú esperas un orden.
Tu poema se prepara a sí mismo.
Tu poema se pone a escuchar.
¿De dónde viene la voz?
Escucha hacia los llanos.
Escucha hacia las montañas.
Tu poesía no quiere quedarse aquí más tiempo,
donde las heridas continuamente se transforman en lirios.
La sala de los espejos es la sala más baja.
Tienes que ir a un nivel más alto,
a una más alta cólera y obediencia.

[Trad. de Homero Aridjis]
 


28.11.18

bohemian rhapsody_un reinado impreciso

 
La biopic de Freddie Mercury
resucitó a Queen en más de un sentido.

1. A Rami Malek le sienta de maravilla el rol de Freddie Mercury. Es un poco más flaco, aunque parece haber mimetizado los gestos corporales del cantante a la perfección. De hecho, tanto las poses atrevidas en los conciertos como los arranques líricos durante la grabación de Bohemian rhapsody o el tamaño de sus dientes frontales confirman un cuidado artesanal en aspectos biográficos concretos. Otros, por desgracia, parecen haberse ajustado a los criterios de un guión bien estructurado pero impreciso. No hace falta ser periodista gonzo para enterarnos de que Mercury organizaba fiestas estrambóticas en las cuales el exceso conducía al palacio de la sabiduría. La película dirigida por Bryan Singer suprime verdades oscuras por la conveniencia de una clasificación más amplia. Eso, de entrada, no es bueno ni malo, simplemente indica que hay un manejo de la información más bien sesgado hacia un tono complaciente, verídico hasta cierto punto, sin la crudeza del sida ni los instantes agónicos. Apenas unas cuantas lágrimas hacia la secuencia del estadio Wembley, la apoteosis en plena oscuridad.

2. Con tan solo googlear Queen repunta, sabes que cierto algoritmo ha ubicado a la banda en la cima de nuevo, y que en Spotify su popularidad supera la de Shakira y Maluma. Si el tono de la película hubiera sido más crudo, el resultado no sería el mismo. Hay una conveniencia mercadológica en compactar los momentos de la vida privada elegidos y omitir todos los detalles sórdidos—entonaría Bowie en Ashes to ashes—y eso compromete el material como documento biográfico. La versión oficial legitima de forma extraña su objeto de adoración. Incluso en trabajos recientes como I, Tonya, que se autodenomina falso documental, se aprecia un espíritu honesto en la exposición de episodios infames. Bohemian Rhapsody libra otras batallas. No es como ver la historia de una patinadora salvaje venida a menos, ni The Doors de Oliver Stone. Es fácil reconocer un discurso epidérmico sin que necesariamente por ello se trate de una película mentirosa. De ninguna manera. Pero, y esto no hay cómo negarlo, con sus diálogos ingeniosos y melodramáticos, nos proyecta una imagen simplista y ligera de Queen.




3. Antes de entrar a la sala, mi familia y yo pasamos a la dulcería del cine por unos combos de refrescos, palomitas y nachos. Durante la emisión de los avances, notamos que las bebidas tenían una extraña propiedad: habían sido adulteradas con agua. Y reclamamos. Y nos dieron otras. Tal vez el símil sea rústico, pero Bohemian rhapsody es justamente eso. Una bebida cuyo sabor presenta alteraciones sospechosas. Quienes tengan el ánimo, la paciencia y los minutos de sobra para hacerlo, podrán descubrir las inconsistencias cronológicas del filme, sus reparos en mostrar las orgías de Mercury, y ciertos aspectos técnicos en sus composiciones que ni siquiera son mencionados, como que la canción homónima era imposible de ejecutar en vivo de forma íntegra, por lo que recurrían a grabaciones para la sección operística. Todo lo anterior no es un impedimento para que las hordas aplaudan el relato de una banda fabulosa. Y revivan sus temas a escala masiva. El pop ochentero pasa por una de sus mejores épocas. Rami Malek ha mutado. Del hacker de Mr. Robot—serie donde, por cierto, la precisión técnica reinaba—al excéntrico vocalista hay un salto cualitativo.

Ya lo verás.
 

Bohemian rhapsody, 2018
Bryan Singer
GK Films + New Regency Pictures + Queen Films Ltd.
+ Tribeca Productions + Regency Enterprises
Distribuida por 20th Century Fox


12.11.18

carrie_el karma y las reencarnaciones


Si los tiempos actuales reclaman mitos a la altura, ¿cuál es la vigencia de este clásico?


1. Carrie, el remake dirigido en 2013 por Kimberly Peirce a partir de la película original de 1976, dirigida por Brian de Palma, ostenta un extraño poder de concentración sobre los temas que Stephen King aborda en su novela. Justificarla resulta un tanto inútil, principalmente porque ha sido encapsulada para un público joven, es más explícita en lo visual, y en el intento por estremecer a las mentes vírgenes acude a la sangre como agua bendita. Sin embargo, la tensión y el ritmo volcánico hacia el desenlace, en el que todo arde en un trágico crepitar de adolescentes, le dan créditos extra. Las comparaciones son lógicas, y aunque el propio King se preguntó en su momento cuál sería el objetivo de filmar nuevamente una historia que ya tenía una excelente adaptación, el espectador millennial/centennial busca la gratificación narcisista de modo más agresivo. Sí, como un adolescente. La sangre a cualquier precio.

2. Si Carrie fuera una kit de personajes Playmobil, sería fácil reconocer los arquetipos que la estructuran: la chica vulnerable, la madre fanática, las amigas acosadoras y el muchacho deportista. Todo envuelto en papel terciopelo rojo, con un enorme lazo negro a la altura de sus cabezas. Precisamente, la versión de Peirce sigue funcionando, casi cuatro décadas más tarde, porque tales figuras echaron raíces en el imaginario estadounidense—el talento de King en el análisis sociológico es brillante, así como la vivisección realizada por Roberto Aguirre-Sacasa, ahora reconocido por los aportes al Archieverso de Riverdale. Comprimir estas personalidades en un escenario mucho más pulido, acentuar los momentos viscerales y renovar ciertos nodos de tensión son un conjunto de estrategias creativas que dan en el clavo. Además, por supuesto, de la presencia de Chloë Grace Moretz y la fascinante Julianne Moore. De puto miedo.

3. En un diálogo que nunca veremos, la Carrie de 1976 dialoga con la de 2013. Ambas han sufrido el mismo bullying: desde los encierros en el clóset hasta el griterío de la primera menstruación. Sin embargo, la primera todavía no sabe de las balaceras en los institutos de Estados Unidos. La segunda, tristemente, ha visto demasiados. ¿Qué tipo de violencia desata cada época, y hasta dónde hemos llegado en la ejecución de una venganza? Son preguntas que pueden alentar una disertación más o menos filosófica sobre los límites de la dignidad personal en ambientes opresivos. La escuela y el hogar pueden ser combustible suficiente para una carnicería colectiva. La visión de King resulta premonitoria, y lo interesante de la segunda entrega reside en cómo dialoga desde la ficción con las tragedias escolares. ¿Qué nos dice Carrie sobre los tiroteos indiscriminados en las aulas, a manos de adolescentes frenéticos?





4. La lectura más tangible sería que Carrie, en su vertiente cruel y sanguinaria, no es más que el resultado de una ecuación social abrumadora. Como Frankenstein para la Ilustración, es un producto de nuestra época. La creamos nosotros, igual que el yogur dietético y las promociones navideñas, que no existirían si un consumidor ansioso no abriera la boca o deslizara su tarjeta de crédito. Desde la óptica feminista, Carrie reivindica el derecho a la sangre, a decir: también la sangre tiene derechos. Como espécimen biológico, Carrie demuestra que, tras una temporada en el infierno, cualquier animal desdobla su instinto de supervivencia. Canetti apunta en Masa y poder que siempre clavaremos en alguien más los aguijones que nos fueron insertados. Se sabe que antes de la toma de Bastilla, en el prólogo de la revolución francesa, los bretones mataron una cantidad monstruosa de liebres y conejos, de cuatro a cinco mil piezas.

5. Con Carrie, como explica Mariana Enríquez, Stephen King fija el horror en lo cotidiano, a través de «lo que él llama factores de presión fóbica sociales. Carrie se trata de una masacre escolar, de bullying, de fanatismo religioso, del poder de una adolescente que sale de la represión. Si a Carrie se le saca la telequinesis y se le da un arma, la novela cambiaría, pero no su esencia. Que sea una novela de terror le da, además, un poder diría mitológico, de leyenda urbana, muy impactante.» Me parece que la clave para entender la vigencia del mito está en la intuición de un enorme malestar social, que el cine ha sabido exprimir en términos económicos. Finalmente, todos ganan: el escritor que describió una turbulenta bomba de tiempo, la industria que supo cómo fabricar bolsitas de sangre artificial con sus vaticinios, los próximos jóvenes resentidos de cualquier high school en desgracia y tú, lector, que seguirás alimentando la rueda del karma audiovisual.

Porque Carrie, al parecer, tendrá infinitas reencarnaciones.



Carrie, 2013
Kimberly Peirce
Metro-Goldwyn-Mayer + Screen Gems