Sueño con esto. Si pudiera meter a una caja
las obras que me han procurado ratos felices, pondría, sin orden fijo, en
contra de las jerarquías, varias canciones, fragmentos de libros, poemas y
reflexiones. Desde niño soy así. Sueño con alejarme y guardar en una mochila lo
que permitiría mi subsistencia en otro universo. Como es de suponerse, tengo
una selección de autores favoritos, un engargolado del cual tomo epígrafes,
epílogos y epitafios. Si pudiera guardar en un objeto mis cosas favoritas,
preferiría una caja fúnebre. Pondría papelitos de citas que he apuntado al
azar, notas dispersas y transcripciones pormenorizadas de ensayos. Enterrar
eso. Llevarlo al más allá. Mi triunfo.
***
Los Cuadernos 1957-1972 de Cioran engloban una cantidad
suculenta de contradicciones. Epítetos para Cioran: un autor esencialmente
contradictorio, un hijo bastardo del tedio, el padrastro de los pensadores
malditos. Igual que Beckett. Yo prefiero a este par
delante de pesimistas como Nietzsche. En Nietzsche había un optimismo orgulloso
y humillado al mismo tiempo, difícil de sostener. Habrá muerto loco por eso. La
mirada de Cioran no tiene desahogo. Beckett y él han visto puros pedazos,
montoncitos de piedras. Un Superhombre castrado.
Sartre había descrito un personaje,
Antoine Roquentin, alejado espiritualmente de los hombres que, desde los cafés
de Bouville y su habitación-refugio, despotricaba en nombre de la contingencia
su náusea por la vida. Gaspar Noé actualiza el mito. El carnicero de Seul
contre tous/Solo contra todos (1998), un misántropo incestuoso
atrapado en la rutina del desempleo, va hilando un monólogo que rompe con la
sociedad y sus fariseísmos radicalmente. Una de las mejores secuencias, a mi
gusto, es la del cine porno. El destino de la especie humana reducido al mero
acto de coger.
Cioran, Roquentin y el carnicero
interpretado por Philippe Nahon consolidan una trinidad perfecta sobre cuyo eje
gira la menopausia social mencionada en El crimen perfecto, de Jean
Baudrillard: “Antes teníamos unos objetos en los que creer, unos objetos de fe.
Han desaparecido. Pero teníamos también unos objetos en los que no creer,
función tan vital como la primera. Unos objetos de transición, irónicos en
cierto modo, objetos de nuestra indiferencia, pero objetos en cualquier caso.
Las ideologías desempeñaban bastante bien ese papel. También han desaparecido.
Y sólo sobrevivimos gracias a un acto reflejo de credulidad colectiva que
consiste no sólo en absorber todo lo que circula bajo el signo de la
información, sino en creer en el principio y en la trascendencia de la
información, sin dejar de sentirnos profundamente incrédulos y refractarios a
este tipo de consenso reflejo. Al igual que los siervos jamás creyeron que eran
siervos por derecho divino, nosotros no creemos en la información por derecho
divino, pero actuamos como si así fuera. Detrás de esta fachada crece un
principio de incredulidad gigantesco, de desafección secreta y de denegación de
cualquier vínculo social.”
La filosofía era un objeto de fe y en
los últimos cien años se transformó en una disciplina desobediente,
antidogmática. Ahora está en peligro de extinción, y es casi un chiste que la
mayoría de la gente no se haya dado cuenta. Van a seguir dormidos en una
especie de sueño sin ruido ni furia. Un sueño sin idiota, sin Shakespeare.
En tiempos de apatía, Cioran
reconforta. Lo leo a menudo, no de forma sistemática (su pensamiento lo
impide), ni como un trasnochado existencialista (tengo que trabajar al día
siguiente), sino para estrechar lazos con el cementerio. Las ideas y los
ataúdes son epitafios mutuos. Un monólogo que lo constata es El
desbarrancadero, de Fernando Vallejo. El argumento: el hermano del escritor
está muriéndose de SIDA y él regresa a Columbia, su país natal, para
escoltarlo. Y despotrica contra Colombia. Y despotrica contra su familia. Y
despotrica contra Dios y el Papa. Vallejo donó el dinero del premio Rómulo
Gallegos a una asociación protectora de perros. Toda la rabia contra la muerte
y el horror vacui salvaron cientos de vidas.
Es real. Vivo en una ciudad pequeña,
con gente de cabeza grande y escaso interés en la filosofía, la poesía, la
literatura, el cine, las artes visuales. Quienes conocen de esto,
relativamente, se pelean entre sí para ganar espacios. Los grupúsculos abundan.
Los odios y egos enfermizos. Ante la cantidad pavorosa de basura cultural
generada en la región, una reacción heroica es distanciarse. Tanto manoseo,
tantos farsantes, y tan pocas balas. En Aproximaciones al desarraigo,
ensayo contenido en El mundo como supermercado, Michel Houellebecq se
pronuncia a favor de una revolución fría, esto es, una absoluta
indiferencia ante el flujo de información y publicidad que nos rodea.
Conexiones entre sus palabras y las de Baudrillard las hay, y muchas: “Es muy
fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una
posición estética con relación al mundo: basta con dar un paso a un lado. Y, en
última instancia, incluso este paso es inútil. Basta con hacer una pausa;
apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar.
Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente
cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos
segundos.”
Pienso en Tala, de Thomas
Bernhard, en el odio que Bernhard siente hacia la pareja Auersberger, porque
representa la prostitución de sus altos ideales artísticos. Y pienso en cómo se
aprovechan del cadáver de Joana, la amiga recién fallecida, para rendirle
tributo en su cena artística. Gente como los Auersberger crece bajo las piedras
de Mérida. Gente como Joana se cuelga del techo y los Auersberger sacan
partido. Es raro que Baudrillard diga que “contra la perfección del sistema, el
odio es la única reacción vital.” No olvidemos el suicidio. Ni el sillón de
Thomas Bernhard. Ni la caja de nuestras cosas favoritas. Hagan la suya.
***
PD. Pues bien, hace dos semanas volví a
leer un poema de Bukowski, El genio de la multitud, y me dije: así
quiero terminar.
hay
suficiente traición, odio, violencia, necedad en el ser humano corriente
como
para abastecer cualquier ejército o cualquier jornada
y los
mejores asesinos son aquellos que predican contra eso
y los
que mejor odian son aquellos que predican amor
y los
que mejor luchan en la guerra son al final aquellos que predican paz
aquellos
que hablan de dios, necesitan a dios
aquellos
que predican paz, no tienen paz
aquellos
que predican amor, no tienen amor
cuidado
con los predicadores
cuidado
con los que saben
cuidado
con aquellos que están siempre leyendo libros
cuidado
con aquellos que detestan la pobreza
o
están orgullosos de ella
cuidado
con aquellos de alabanza rápida
pues
necesitan que se les alabe a cambio
cuidado
con aquellos que censuran con rapidez
tienen
miedo de lo que no conocen
cuidado
con aquellos que buscan constantes multitudes
no son
nada solos
cuidado
con el hombre corriente, con la mujer corriente
cuidado
con su amor, su amor es corriente
busca
lo corriente
pero
es un genio al odiar
es lo suficientemente
genial al odiar como para matarte
para
matar a cualquiera
al no
querer la soledad
al no
entender la soledad
intentarán
destruir cualquier cosa
que
difiera de lo suyo
al no
ser capaces de crear arte
no
entenderán el arte
considerarán
su fracaso como creadores
sólo
como un fracaso del mundo
al no
ser capaces de amar plenamente
creerán
que tu amor es incompleto
y
entonces te odiarán
y su
odio será perfecto
como
un diamante resplandeciente
como
una navaja
como
una montaña
como
un tigre
como cicuta
su
mejor arte