Una piedrecita en medio de la estepa
Para trazar un perfil (el de Samuel Beckett) piénsese en rocas y pájaros. En dudas y vacilaciones. En escombros, payasos, mendigos. Cioran cuenta, en su Ensayo sobre el pensamiento reaccionario, que Beckett era un hombre sumamente discreto que excluía de sus conversaciones los temas literarios, las comparaciones, las profecías. “Con los escritores que nada tienen que decir, que no poseen un mundo propio, sólo se habla de literatura. Con él raramente, de hecho casi nunca. Cualquier tema cotidiano (dificultades materiales, problemas de todo tipo) le interesa más, en la conversación, por supuesto. En cualquier caso, lo que no tolera son las preguntas como: ¿Cree usted que tal obra va a quedar, que este o aquel escritor merece el lugar que ocupa?, ¿quién, de X o Y, sobrevivirá, cuál de los dos es más grande? Las evaluaciones de ese tipo le exasperan y deprimen. “¿A qué viene eso?”, me dijo tras una cena particularmente penosa en la que la discusión degeneró en una grotesca versión del Juicio Final. Él evita hablar de sus libros y de sus obras de teatro; no le interesan los obstáculos superados sino los futuros: se identifica totalmente con lo que está escribiendo en cada momento. Si se le pregunta por una de sus obras de teatro, no hablará del fondo, de la significación, sino de la interpretación, de la que imagina hasta los mínimos detalles, cada minuto de la representación, cada segundo casi.” Por ello, es bueno precisar que Encuentros con Samuel Beckett, de Charles Juliet, no revela secretos sobre la obra del escritor irlandés. Las piedras, los pájaros, el circo y los fracasados continúan en espera de una segunda oportunidad, de una tercera oportunidad, para que los eruditos aclaren su sentido. Ya en Fin de partida, Hamm, que se dirigía a Clov, declaraba: “Un día te quedarás ciego. Como yo. Estarás sentado en cualquier lugar, pequeña plenitud perdida en el vacío, para siempre, en la oscuridad. Como yo. Un día te dirás: estoy cansado, voy a sentarme, y te sentarás. Luego te dirás: tengo hambre, voy a levantarme y a prepararme la comida. Pero no te levantarás. Te dirás: no debí sentarme, pero ya que estoy sentado me quedaré sentado un poco más, luego me levantaré y me prepararé la comida. Mirarás un rato a la pared y luego dirás: quiero cerrar los ojos, quizá duerma un poco, luego todo irá mejor, y los cerrarás. Y cuando los vuelvas a abrir la pared habrá dejado de existir. La infinitud del vacío te rodeará, los muertos de todos los tiempos, resucitados, no lo llenarán, y serán como una piedrecita en medio de la estepa. Sí, un día sabrás lo que es esto, serás como yo, sólo que tú no tendrás a nadie, porque tú no habrás tenido piedad de nadie y ya no habrá nadie de quien tener piedad.” Eso en cuanto a su obra. Si queremos saber de su vida, recurramos a un fragmento de El innombrable: ”Sí, en mi vida, pues así hay que llamarla, hubo tres cosas: la imposibilidad de hablar, la imposibilidad de callarme, y la soledad, física desde luego, con eso tuve que arreglarme.” Cioran dice, en el ensayo arriba citado: “Desde nuestro primer encuentro, comprendí que Beckett había llegado ante lo extremo, que quizás había comenzado por ahí, por lo imposible, por lo excepcional, por el impasse. Y lo admirable en él es que no se ha movido de allí, que, habiendo llegado de entrada ante el muro, persevera con el mismo valor que siempre ha demostrado: ¡la situación-límite como punto de partida, el final como advenimiento! De ahí el sentimiento de que su mundo, ese mundo crispado, agonizante, podría continuar indefinidamente, incluso después de que el nuestro desapareciese.” La grandeza del universo de Beckett no se mide con ensayos, reseñas, apologías, cadáveres, premios, reediciones, portadas de revistas, homenajes póstumos. Haría falta, aquí, justo ahora, permanecer mudos, después de haber valorado la inutilidad cósmica de la que se nutren sus criaturas. Beckett recogió los trozos de Ser y los puso en una cubeta agujereada. En El final escribe que: “Labrarse un reino, en medio de la mierda universal, para después cagarse encima, era muy mío.” Encuentros con Samuel Beckett, con sus lacónicos episodios situados entre 1958 y 1977, es un pequeño libro crepuscular, de tapa azul cielo y una cinta en tono azul fuerte con la siguiente inscripción: 1906-2006 Centenario del nacimiento de Samuel Beckett. A duras penas, Charles Juliet logra entablar breves conversaciones con el escritor irlandés, la tercera malograda por la irrupción de un editor. Predominan los silencios, las frases elípticas, las confesiones taciturnas, con el fondo de la Closerie des Lilas, un café visitado por escritores como Hemingway, Joyce y los surrealistas. El libro, de 82 páginas, funge como un epílogo. Beckett monologa desprovisto de elocuencia en el cementerio de las palabras, los bufones y los pordioseros. Las piedras y los pájaros. La literatura.
–Christian Núñez
Encuentros con
Samuel Beckett
Charles Juliet
Siruela, 2006