A modo de letanías contra el cielo, los
poemas de Georges Bataille parten de la experiencia espiritual ateológica. “El
hombre necesita darse una perspectiva del no-saber bajo la forma de la muerte”,
escribe un 12 de enero de 1951. El Tucán de Virginia reúne en una edición
bilingüe sus Poemas/Poèmes en 1995. Ignacio Díaz de la Serna, a cargo de
la introducción, selección y traducción, explica que lo ateológico abarca la
ausencia de Dios y la búsqueda de lo imposible. “En la cúspide de la
experiencia espiritual ateológica, el mal no se sufre; se quiere. Una vez allá
arriba, se ora con la desazón de los condenados a cadena perpetua: Padre mío
que no estás en los cielos, santificado sea tu nombre porque aumentas los
pecados del mundo… Así, la poesía es una plegaria.”
Bataille nunca se propuso una carrera como poeta. “Su principal motivo: estima que la mayor parte de los poetas viven
encandilados por la delicadeza, lo que siempre le repugnó —aclara Díaz de la Serna.
Despreciables le parecen porque encuentra en ellos el aliento de una estética
irrisoria. Acólitos de la belleza, de los buenos modales, en sus manos la
palabra queda penosamente reducida al papel de ábrete sésamo hacia un
territorio donde prevalece la evanescencia lírica, el sentimentalismo más
ingenuo y ramplón. Cierta clase de poetas son en verdad insoportables,
pregoneros como se sienten de un mundo candoroso. Toda poesía que anhele en su
entraña expresar un ideal cualquiera, o peor aún, que tenga nostalgia de lo
absoluto, hace del hombre un ser abyecto, servil, pues lo absoluto es la
aspiración distintiva de las larvas. Indigno es alabar y dulcificar.
Escamotearnos la agitación, el terror frente a nuestra muerte, no es tarea que
incumba a la poesía. Signo que anuncia el mayor de los desgarramientos, cada
poema de Bataille es la mirilla a través de la cual avizoramos la podredumbre
que somos.”
De esa podredumbre tratan los otros
libros de Díaz de la Sena sobre la obra de Bataille: los ensayos titulados Del
desorden de Dios (Taurus, 2000) y La oscuridad no miente/Textos y
apuntes para la continuación de la Summa ateológica (Taurus, 2001). Éste,
además, incluye un epílogo afilado: “¿Qué me ha enseñado Bataille? La carcajada
como única respuesta que me coloca a la altura del desorden de Dios. ¿Qué vio
mi madre poco antes de morir? Hace tiempo, mi hija Leonor resolvió este
misterio. Habíamos visto juntos la película En busca del valle dorado,
la historia de un brontosaurio bebé, un cuello largo cuya mamá había muerto
tras luchar con el Tiranosaurio Rex. En una ocasión posterior, sin venir a
cuento, mientras íbamos en coche, me preguntó desde sus cuatro años de edad si
su otra abuela, mi madre, había muerto por haber luchado contra el Tiranosaurio
Rex. Estuvimos a punto de estrellarnos. ¡Eureka! Eso fue lo que vio mi madre.
La quijada desmesuradamente abierta del Tiranosaurio momentos antes de
atacarla, despedazarla y devorarla. Ante el aliento nauseabundo que la
envolvía, ella sólo pudo ofrecer la inhumanidad de su mirada.”
Si, de acuerdo a Susan Sontag, Bataille
causa perturbación porque sabe que el verdadero leitmotiv de la
pornografía no es el sexo sino la muerte, no debe sorprender que sus poemas
hagan constantes alusiones a un erotismo desesperado y fúnebre al mismo tiempo.
Como una carta de despedida.
–Christian Núñez