6.3.14

La famosa bilis negra



La famosa bilis negra
 
El problema de la lectura seguramente radica en el hecho de que ya se han escrito infinidad de cosas en millones de páginas, y la mayoría de los libros carecen de ilustraciones, lo cual va en detrimento del grado de fascinación que uno alcanzaría si ocurriera exactamente lo contrario.

Los libros amenos entretienen y traen dibujos. Desarrollan temas que los libros solemnes jamás entenderían, tal vez a causa de su excesiva seriedad. Hay libros fúnebres, que obligan al rostro a ponerse negro. Hay libros negros, que obligan al rostro a ponerse fúnebre. Hay incluso libros negros con dibujitos fúnebres. La melancolía está en todos lados.

De pie o sentado, el cuerpo enfrenta duras decisiones a la hora de elegir cómo disponer de la cabeza, o dónde tirarla, según sea el estado anímico de su dueño. Cierta clase de hombres tienden a la melancolía pasiva, de modo que aun cuando resistan la tentación de arrojarla lejísimos (la cabeza, no la melancolía), se valen de otros medios para manifestar pesadumbre. La naturaleza ciertamente ha dotado al intelecto de un par de extremidades con las cuales sobrellevar el exceso de zozobra: las manos. Y con esto se da una compensación. Lo curioso de las manos y la cabeza es que cuando se juntan lo hacen para expresarle a los demás: miren, estamos tristes.

Los melancólicos ya cuentan con un muestrario de las posturas a elegir si deciden reclinar su cabeza contra un puñado de fieles dedos. Tumbona Ediciones publicó un manual ilustrado con las formas —un total de 122, 62 propuestas por Lichtenberg y otras tantas añadidas por Virreynas— en las que el hombre pone a sus falanges y pensamientos a llorar, si está en disposición.

¿Existe un vínculo secreto entre las manos, la cabeza, el acto de reflexionar y la melancolía? Por supuesto. 62 maneras de apoyar la cabeza (y unas cuantas más) se consagra a la exploración de los enigmáticos laberintos del asunto, metiendo, ahora sí, las narices hasta el fondo de la cuestión: “todas las posturas consignadas en este opúsculo —apunta Virreynas— no son sino variantes de un único estado del alma, la melancolía, que ya sea por la pesadez que la acompaña, ya sea por su colindancia con el abatimiento y la desdicha, obliga a la cabeza a recurrir a los múltiples asideros de la mano a fin de no ser vencida por su propio peso.”

Dicho sea de paso, 62 maneras de apoyar la cabeza… incluye un espectacular excurso acerca de la bilis negra, útil por su rigor histórico y sus observaciones en torno a la representaciones gráficas de la saudade. Rescato un fragmento: “En los manuales de iconografía suelen enlistarse la calavera y los libros, la mujer joven, absorta, y a veces los instrumentos de geometría, como los ingredientes principales de la alegoría de la bilis negra. Curiosamente no se menciona casi nunca la cabeza inclinada sobre una mano, que sin embargo es el elemento central en la mayoría de las composiciones, y que, a diferencia de los demás símbolos, ha subsistido prácticamente sin variación a lo largo de la historia, al grado de que podemos encontrarlo tanto en un grabado de Edvard Munch del siglo XX, como en una pieza japonesa de la segunda mitad del siglo XVIII, obra de Kitagawa Utamaro.”

La lectura en México se ha salvado con este magnífico ejemplar, ilustrado soberbiamente por Luis Blackaller. Los rostros de artistas, escritores, intelectuales y ajedrecistas nos miran afligidos. Texto e imagen se dedican a darnos un masaje visual. Oh, bilis negra, ven a nosotros y sigue dándonos de bofetadas.

–Christian Núñez


    

62 maneras de apoyar la cabeza (y unas cuantas más)
Georg Christoph Lichtenberg / Andrés Virreynas
Tumbona Ediciones, 2007