5.6.12

El mormón elegiaco


El mormón elegiaco
 
Compré el OK Computer (1997) a los 19 años, estudiaba la preparatoria y solía reproducirlo en el estéreo de mi padre todas las tardes, metódicamente, durante su ausencia. Era feliz como un mormón. Me regodeaba en las letras depresivas y la disonancia, los espasmos electrónicos y el sufrimiento. Rezaba, subiéndole el volumen a la música. Fue la época de las voces lastimeras, los quejidos y la bruma. Repetía dos o tres veces mis tracks favoritos y fumaba, cómo fumaba en esa época, sólo porque sí, porque podía hacerlo, porque era un deber, la obsesión patológica. Me gustaban mucho Airbag, Exit music (for a film) y Let down, tal vez la mejor canción de Radiohead, la elegía definitiva. Discos así únicamente se hacen una vez y se acabó. Lo produjo Nigel Goodrich (ya en The Bends, de 1995, había trabajado con ellos como coproductor, junto a John Leckie).

Esta banda, igual que la religión para los mormones, fue para mí una revelación y un motivo de aislamiento, una forma desesperada de introspección y un paliativo ante las amenazas del mundo, una palmadita en el hombro y la jeringa de eutanasia. A veces llovía: era bueno ver la lluvia y apreciar el pathos de Radiohead. Llegaba la noche: Radiohead seguía ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Formalmente perfecto, el OK Computer es una oración. Nadie antes había grabado eso, la miseria del hombre con tanta angustia, gritos y sarna espiritual. Un disco de situaciones límite, para oír con La náusea de Sartre en la mano y una potente ametralladora, con Las partículas elementales y un video de las torres gemelas en alta definición. Ambas obras capitales, la de Houellebecq (publicada en 1998 en el sello Flammarion) y la de Radiohead son anticipatorias, iconoclastas, pesimistas, conjugables en cada uno de los tiempos gramaticales. Biblias posmodernas que describen exactamente la porquería de mundo que habitamos, la bola maligna. Un cerdo en una caja de antibióticos: ¿hay mejor definición del hombre que la incluida en Fitter happier? Tal vez la del libro de Job.

El registro vocal del cantante con un ojo dañado es histérico, vulnerable, y sus pensamientos van hacia múltiples direcciones con una intención melancólica inmediata: como si dos autos chocasen adrede (In a fast german car / i’m amazed that survived / an airbag saved my life). Paranoid android, la segunda rola (estructuralmente fragmentada y deconstruida), me remite a la obra dramática 4.48 Psicosis, escrita en 1999 por Sarah Kane. La dramaturga se mató ahorcándose con las agujetas de sus tenis aquel año, y Yorke escribió en 1997 un pequeño monólogo de un robot afligido. Tristeza, señores. 

OK Computer incluye Karma police y No surprises, y desde The Bends habíamos oído piezas bellas y tristes, con ese punch de ternura gratificante: (Nice dream), Fake plastic trees, High and dry. Pero en su tercer disco los ingleses de Oxford subieron un peldaño y de ahí en adelante no retrocedieron. Jamás volveremos a oír quejidos adolescentes con guitarrazos saboteadores, como en Creep, del primerizo Pablo Honey (1993), sino piezas construidas minuciosamente, torres de Babel. Ya luego vendrían búsquedas mayores y nuevos derroteros. En la cuarta producción discográfica, Kid A (2000), estos traficantes de locura fueron a meterse con la electrónica disparatada tipo Aphex Twin y el ambient marca Brian Eno, el free jazz fornido y esquizoide y el cut & paste en las letras. El Amnesiac (2001) siguió en la línea de su predecesor (le llaman el Kid B), aunque suena disperso, aleatorio y no morimos por él en la trinchera. Antes de su séptima placa de estudio, editaron una tocada en vivo, I Might Be Wrong: Live Recordings (2001); espectacular, un auténtico momento Kodak. Luego, el Hail to the Thief (2003), una perorata política velada y negada por los miembros de la agrupación; francamente un disco no tan bueno, no un opus magnum. La lista llega, por fin, a In Rainbows (2007), el maravilloso séptimo disco de la cabeza de radio, y así hasta The King of Limbs del 2011. 

Muchachos, oigan esto: acabo de recibir una señal. No se vayan a poner sentimentales.
–Christian Núñez