Compré el OK Computer (1997) a los 19
años, estudiaba la preparatoria y solía reproducirlo en el estéreo de mi padre
todas las tardes, metódicamente, durante su ausencia. Era feliz como un mormón.
Me regodeaba en las letras depresivas y la disonancia, los espasmos
electrónicos y el sufrimiento. Rezaba, subiéndole el volumen a la música. Fue
la época de las voces lastimeras, los quejidos y la bruma. Repetía dos o tres
veces mis tracks favoritos y fumaba, cómo fumaba en esa época, sólo
porque sí, porque podía hacerlo, porque era un deber, la obsesión patológica.
Me gustaban mucho Airbag, Exit music (for a film) y Let down, tal vez la mejor canción de Radiohead, la elegía definitiva. Discos así
únicamente se hacen una vez y se acabó. Lo produjo Nigel Goodrich (ya en The
Bends, de 1995, había trabajado con ellos como coproductor, junto a John
Leckie).
Esta banda, igual que la religión para los
mormones, fue para mí una revelación y un motivo de aislamiento, una forma
desesperada de introspección y un paliativo ante las amenazas del mundo, una
palmadita en el hombro y la jeringa de eutanasia. A veces llovía: era bueno ver
la lluvia y apreciar el pathos de Radiohead. Llegaba la noche: Radiohead
seguía ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Formalmente perfecto, el OK
Computer es una oración. Nadie antes había grabado eso, la miseria
del hombre con tanta angustia, gritos y sarna espiritual. Un disco de
situaciones límite, para oír con La náusea de Sartre en la mano y una
potente ametralladora, con Las partículas elementales y
un video de las torres gemelas en alta definición. Ambas obras capitales, la de
Houellebecq (publicada en 1998 en el sello Flammarion) y la de Radiohead son
anticipatorias, iconoclastas, pesimistas, conjugables en cada uno de los
tiempos gramaticales. Biblias posmodernas que describen exactamente la
porquería de mundo que habitamos, la bola maligna. Un cerdo en una caja de
antibióticos: ¿hay mejor definición del hombre que la incluida en Fitter
happier? Tal vez la del libro de Job.
El registro vocal del cantante con un ojo
dañado es histérico, vulnerable, y sus pensamientos van hacia múltiples
direcciones con una intención melancólica inmediata: como si dos autos chocasen
adrede (In a fast german car / i’m amazed that survived / an airbag saved
my life). Paranoid android, la segunda rola (estructuralmente
fragmentada y deconstruida), me remite a la obra dramática 4.48 Psicosis,
escrita en 1999 por Sarah Kane. La dramaturga se mató ahorcándose con las
agujetas de sus tenis aquel año, y Yorke escribió en 1997 un pequeño monólogo
de un robot afligido. Tristeza, señores.
OK Computer incluye Karma police y No surprises, y desde The
Bends habíamos oído piezas bellas y tristes, con ese punch de
ternura gratificante: (Nice dream), Fake plastic trees, High
and dry. Pero en su tercer disco los ingleses de Oxford subieron un peldaño
y de ahí en adelante no retrocedieron. Jamás volveremos a oír quejidos
adolescentes con guitarrazos saboteadores, como en Creep, del primerizo Pablo
Honey (1993), sino piezas construidas minuciosamente, torres de Babel. Ya
luego vendrían búsquedas mayores y nuevos derroteros. En la cuarta producción
discográfica, Kid A (2000), estos traficantes de locura fueron a meterse
con la electrónica disparatada tipo Aphex Twin y el ambient marca Brian
Eno, el free jazz fornido y esquizoide y el cut & paste en
las letras. El Amnesiac (2001) siguió en la línea de su predecesor (le
llaman el Kid B), aunque suena disperso, aleatorio y no morimos por él
en la trinchera. Antes de su séptima placa de estudio, editaron una tocada en
vivo, I Might Be Wrong: Live Recordings (2001); espectacular, un
auténtico momento Kodak. Luego, el Hail to the Thief (2003), una
perorata política velada y negada por los miembros de la agrupación;
francamente un disco no tan bueno, no un opus magnum. La lista llega,
por fin, a In Rainbows (2007), el maravilloso séptimo disco de la cabeza
de radio, y así hasta The King of Limbs del 2011.
Muchachos, oigan esto: acabo de recibir una
señal. No se vayan a poner sentimentales.