30.6.12

FRANCES TURNER: Sórdida belleza



FRANCES TURNER: Sórdida belleza

En su poemario La piel, José Díaz Cervera hace una inteligente observación, que aplicada en otro contexto al trabajo de Frances Turner (Manchester, 1965–Wimbledon, 2003) quedaría así: «no caigas sola / cae desnuda y amputada; / cerca de ti, alrededor de ti, / sin ti.» Con apenas 38 años, la repentina muerte de la pintora inglesa a causa de una hemorragia cerebral dejó en sus compañeros la sensación de algo roto en la escena artística contemporánea. Entre tanto, circula por la red una muy completa galería de damas, caballeros y niños lisiados espiritualmente, que miran al espectador con una complicidad incómoda, desafiante, durísima. El estilo trae a la memoria las piezas de Lucian Freud, Francis Bacon y Egon Schiele, intrépidos adoradores de la carne. Frances Turner usaba el asador: carne cocida, carne medio cruda. Era una maestra gourmet.

La degeneración filtrada en situaciones aparentemente inofensivas es una maniobra que Turner usó con frecuencia. Esa cotidianeidad como desagüe a la locura nos deja inquietos. Un equivalente cinematográfico sería el filme Días perros (Hundstage, 2001) del austriaco Ulrich Seidl. Instantes banales de los ciudadanos de Viena revelan algo más que frustraciones, escarnios y egoísmos, son un escaneo del hombre posmoderno, le pasan factura al siglo XXI: un campo bélico de intangibles felicidades y milagros escurridizos. En particular, las escenas donde el cuerpo se revela arrugado, fofo, antiestético y profundamente conmovedor, son el leitmotiv de la obra visual de la inglesa. Turner pinta ensayos sobre la condición humana y el modo en que los individuos establecen relaciones, o se aíslan, le son familiares.

Sórdida belleza, exposición efectuada en el Museo Universitario del Chopo a finales del 2001, contiene un análisis de Jutta Rütz K. en el catálogo que dice lo siguiente:
«Frances Turner asimila el concepto de aislamiento –característico del ser contemporáneo de finales del siglo XX– en el lenguaje pictórico, tanto al presentar como número máximo tres personas en una imagen, como al evitar que ellas se toquen. Parece que la autora quisiera proteger la vulnerabilidad de las relaciones humanas.» El retrato psicopatológico, las conductas enfermizas y la inversión de la regla de oro parecen ser preocupaciones de toda una generación. La propia Turner dice: «Estoy preocupada por aquellos paisajes internos que describen nuestra incomodidad en el cuerpo, que se inquietan con lo que somos y cómo aparecemos frente a los otros. Los dibujos y pinturas en esta muestra hablan de transformaciones, de relaciones entre cada uno, nuestra dependencia hacia los otros y el poder que el cuerpo físico tiene para expresar lo inexpresable.»

Otras dos recomendaciones para entender los manejos del cuerpo son el curso básico de autocanibalismo En mi piel (Dans ma peau, 2002) de Marina de Van, y la enseñanza musical de La pianista (2001), adaptación que Michel Haneke hizo de la novela homónima escrita por Elfriede Jelinek. Nuevo siglo, nuevas desviaciones: las mujeres sacan a pasear a sus demonios, pierden el control, vuelven a sí mismas y plasman genuinos autos de fe. Sexualidad confusa, miedo y paranoia, sadomasoquismo, ataques de psicopatía, desencuentros magnánimos en ambientes opresivos. Job se ha vuelto mujer, y las llagas no vienen de arriba sino de adentro. La insatisfacción espiritual se ha somatizado en lepra. «Toda enfermedad puede llamarse enfermedad del alma», escribía Novalis. Estas mujeres van más lejos: «Toda enfermedad puede llamarse enfermedad del cuerpo», rectifican.

Quizá en su defensa, la propia Turner llegó a decir que «cuando se llega a la representación del cuerpo humano expresivo, el artista libra una batalla contra los prejuicios y las preconcepciones, contra la idea universal de que el cuerpo bello es el que se ve sano y joven; y que la salud y la belleza son la fuente de placer erótico. El potencial que surge de esta fijación es una paradoja cultural masiva. Ya que lo opuesto de salud y belleza es, desde luego, la enfermedad, el paso del tiempo y la inherente fragilidad de nuestro físico corruptible. Por eso al final, nos encontraremos todos excluidos del reino de lo bello en una etapa u otra.»

Si bien la pintora emplea una técnica afín a la renacentista, siguiendo a Jan van Eyck y Jerónimo el Bosco, los tiempos actuales le exigieron un hiperrealismo hiriente. Sus imágenes sacuden por verídicas: en ellas reconocemos al vecino mostrando sus genitales, a la mujer todavía enamorada del progenitor, a los flageladores, a los hermanos incestuosos. Fauna del mundo en pleno derrumbe, como Tod Browning y su séquito de freaks, Turner encuentra monstruos a plena luz del día, especimenes de imponente vigencia. Por último, unas palabras de Phillipe Comar, en The Human Body. Image and Emotion: «En la salud y en la enfermedad mientras envejecemos, nuestros cuerpos atraviesan por muchos cambios. Qué tan a menudo estas alteraciones son una fuente de ansiedad, confusión e intereses apremiantes, pueden ser medidos por la frecuencia con que la literatura y el arte los aderezan.»

Y quien visite su website póstumo entenderá mejor estas palabras.

–Christian Núñez


[Frances Turner:
1/ Outside life # 6, Óleo sobre madera 183 x 71 cm, 1988
2/ Father and Child 2, S/F]