18.10.18

cautiverios de película

 
Prisiones físicas y mentales
para cinéfilos libertinos.


En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío.

Ernesto Sabato, El túnel



Estéticas del aislamiento
De un tiempo a la fecha, en mi afán por encontrar materiales en torno al encierro, he destapado aberraciones maravillosas. Advertencia: Los títulos de mi catálogo manifiestan intereses personales, fuera de cualquier enumeración absurda que termina causando reacciones alérgicas o letanías puristas. En cuanto a géneros, si bien admito un gusto mórbido por el terror, también hago concesiones. Esta vez, participan con entusiasmo historias que transitan del suspenso al thriller psicológico y el drama. Incluso el documental asoma las narices. Let’s party.
 
Buried (2010). Vi esta hermosura en un tiempo bastante feliz de mi existencia. Los viernes salía del trabajo, abordaba el metro desde Polanco directamente a Bellas Artes, cruzaba el Eje Central y me iba a la Frikiplaza, donde Sergio, mi dealer de pelis de terror, ya había preparado un arsenal explosivo. Lo mejor de Buried radica en su economía de recursos: un tipo despierta en un ataúd, en el desierto de Irak. Su móvil está descargándose y, a contrarreloj, debe arreglárselas para salir vivo. Aunque se trate de un filme de acción, esta transcurre dentro de una caja fúnebre. No obstante, logra lo imposible: mantenernos en suspenso durante 90 minutos. Angustia, estrés, claustrofobia. El español Rodrigo Cortés dirige a Ryan Reynolds antes del fenómeno Deadpool. No tiene desperdicio.



Thanatomorphose (2012). Enmarcada entre los límites del body horror, la pieza del canadiense Éric Falardeau no escatima en sangre y vísceras. Sin embargo, su excelente manejo del pulso dramático, así como la interpretación de Kayden Rose, la hacen única. La trama es minimalista: una chica experimenta su propia descomposición física encerrada en un departamento al que se ha mudado recientemente. No veremos más ni menos. Aquí el truco está en el cómo, pues las circunstancias arrojan significados que superan lo puramente sensorial: a veces una imperfección en el techo puede arrojar ideas tan profundas como cualquier ensayo de Byung-Chul Han. La única sugerencia que hago es verla solo si disfrutas el gore como deporte extremo.



Room (2015). Dirigida por Lenny Abrahamson, está basada en la novela homónima de Emma Donoghue, que a su vez retoma libremente el caso de Joseph Fritzl. Jack y Joy, un pequeño de cinco años y su madre, viven recluidos en un cobertizo, sin contacto externo, a expensas de un secuestrador a quien llaman Old Nick. Si bien las condiciones no son favorecedoras, la madre crea un entorno casi mágico para el chico, a base de juegos, y lo entrena para fugarse. Con un argumento de esta naturaleza, la historia pudo haberse convertido en un bodrio sentimental. Pero no. Mantiene buen ritmo, esquiva el melodrama y plantea en términos sencillos los límites entre nuestra interacción con el mundo y el despliegue mediático que puede distorsionar tragedias privadas.



Gerald’s Game (2017). Adaptación de la novela homónima publicada por Stephen King en 1992, esta joyita de Netflix cultiva un gusto insano por las situaciones jodidas. Gerald, un hombre maduro en busca de nuevas experiencias sexuales, le pone un par de esposas a Jessie, su mujer, sin imaginar que durante la fantasía tendrá un infarto. La situación, bastante risible, da pie a un venenoso ejercicio retrospectivo, en el que Jessie hablará con los muertos, recordará un hecho clave de su preadolescencia, y verá monstruos a la luz de la luna. La presencia de un perro vagabundo adicto a la carne no deja de ser incómoda. De fondo, la reflexión acerca de nuestros patrones conductuales añade estrellitas a un trabajo que pudo haber sido mediocre y, curiosamente, le abrió las puertas a Mike Flanagan para su siguiente proyecto en la plataforma de streaming: The haunting of Hill House.



Pistorius (2018). Recuerdo ese día. Llegué al trabajo en un piso 13, encendí la computadora, y mientras revisaba las noticias, encontré una particularmente absurda. Oscar Pistorius había asesinado a su novia, Reeva Steemkamp, la noche anterior [un catorce de febrero de 2013], en el auge de su trayectoria deportiva. Al despertarse durante la madrugada, Pistorius creyó que un intruso había invadido su departamento. Tomó un arma para enfrentarlo. Encerrada en el baño, Steemkamp jamás pudo despedirse de él. Cobertura instantánea. El suceso dio pie a miles de titulares sensacionalistas. Decidí no leer más, no seguir el curso de las sospechas evanescentes, no saturarme. En noviembre de 2017, la justicia sudafricana aumentó la condena del atleta a 13 años y medio de prisión. El documental de Vaughan Sivell, producido por Amazon Prime, reconstruye el caso.



Teddy Perkins (2018). El sexto episodio incluido en la segunda temporada de Atlanta, serie transmitida vía FX, puede ser un excelente dispositivo de entrada a la serie, o solo un desvío en la carretera del encierro. En mi caso, fue lo segundo. Un músico famoso llamado Benny Hope ha ofrecido su piano a quien pueda ir a recogerlo, completamente gratis, y Darius se dirige en una camioneta de mudanza a su mansión. Allí, un hombre de aspecto pálido y extrañas costumbres—Alo, ¿Michael Jackson?—le hablará sobre su hermano, quien por razones de salud se ha retirado: los años gloriosos, la enfermedad en la piel, la relación de amor-odio con el padre. En cierto momento, una disputa musical eleva la tensión. Darius comienza a desesperarse, y pum. El episodio concluye de la mejor manera. Es decir, bastante mal.




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