Podríamos resumir como sigue una
concepción clásica del relato fantástico: al principio, no ocurre absolutamente
nada. Una felicidad trivial y beatífica inunda a los personajes, felicidad
adecuadamente representada por la vida de familia de un agente de seguros en
una zona residencial norteamericana. Los niños juegan al béisbol, la esposa
toca un poco el piano, etc. Todo va bien.
Luego, poco a poco, empiezan a multiplicarse
incidentes casi insignificantes, que coinciden de manera peligrosa. El barniz
de la trivialidad se agrieta, dejando paso a inquietantes hipótesis.
Inexorablemente, las fuerzas del mal hacen su entrada en escena.