(…) me
trasladaron a una camilla que rodaba y comenzaron a empujarme no sabía hacia
dónde, no me interesaba hacia dónde, no me preocupaba hacia dónde puesto que,
hiciesen lo que hiciesen, aun después de cerrar la puerta, y del hielo de la
cámara, y del silencio, y de las tinieblas, no me podrían impedir cantar.
(…) a
pesar de los muertos y de la edad y de las heridas del tiempo, mientras haya un
bandoneón y un piano y un violín y Carlos Gardel en el tocadiscos cantando una
milonga para nosotros, lo tenemos todo, lo que se dice todo, para volver a
empezar la vida y ser felices.
La muerte de Carlos Gardel