Hago
lo que puedo, pero estoy a punto de fracasar otra vez. No me importa nada
fracasar, me gusta, sólo que quisiera callarme. No como acabo de hacerlo, para
escuchar mejor. Sino apaciblemente como vencedor, sin reservas mentales. Eso
sería la buena vida, la vida al fin. Mi boca en reposo se llenaría de saliva,
mi boca que nunca tiene bastante de ella, la dejaría correr con delicia,
babeando de vida, concluido en silencio mi castigo. Hablé, he debido de hablar,
de lección, es castigo lo que había de decir, confundí castigo con
lección. Sí, tengo un castigo que cumplir antes de estar libre, libre de
mi baba, libre para callarme, para no oír más, y ya no sé cuál. He aquí, al
fin, algo que da una idea de mi situación. Se me ha impuesto un castigo, quizá
al nacer, quizá para castigarme de haber nacido, o sin ninguna razón especial,
porque no se me quiere, y he olvidado en qué consiste.