Encuentra la libertad en la pérdida de
ella. Sólo estableciendo
límites precisos podemos abordar el acto creativo de manera eficaz, entendiendo
eficacia como el perfecto equilibrio fondo-forma. Esto no significa de ninguna
manera encorsetar el discurso, sino más bien sujetarnos a ciertas condiciones
para ser más certeros. Circunscribirnos.
Elige un tema. Puede
ser prácticamente cualquiera, siempre y cuando te interese lo suficiente para
leer sobre él, investigar cuanto sea necesario, desvelarte y recorrer sitios
web inhóspitos en busca de información.
Toma notas. Siempre
es bueno llevar una libreta (de preferencia roja) que te permita apuntar ideas
al vuelo, epifanías domésticas o simples comentarios insignificantes que luego,
quizá incluso muchos años después, cobrarán una importancia desproporcionada.
Establece objetivos. Evita
pensar que la escritura es demasiado laxa como para extenderla por años (a
menos que seas Elias Canetti) o tan inmediata como para generar novelas de 144
caracteres. ¿O por qué no? Si eres de emociones fuertes, y te gusta
arriesgarte, haz un ensayo cuya escritura dure 20 años, escribe una novela
hiperbreve en un tweet. Pero establece objetivos.
Aprovecha la promiscuidad conceptual. Con
ello nos referimos precisamente a la inclusión de todo tipo de referencias en
tu discurso, no necesariamente literarias, ni eruditas, ni forzosamente
intelectuales. Si te interesa el tema de las navajas suizas, puedes investigar
sobre las herramientas en el catálogo de alguna tienda departamental, o en una
tlapalería. Si quieres hablar sobre la violencia en México, quizá sea
interesante rastrear información sobre las estructuras de poder y el
patriarcado en tu núcleo familiar y en tus propias vivencias. El nivel de
promiscuidad es directamente proporcional a la ambición de tu obra. Irás tan
lejos como pretendas.
Haz un índice. Pero
no te sometas a él. Úsalo como marco de referencia, no como camisa de
fuerza. Puedes irte por las ramas, recuerda que la digresión es importante. El
pensamiento lateral cumple una función básica: la transversalidad de ideas. Acuérdate
del rizoma y sus vastas posibilidades.
Juega con los géneros.
Intenta pensar en algún punto de tu ensayo que estás escribiendo una novela.
Experimenta con los distintos registros, valora la esquizofrenia del acto
creativo: ¿por qué defender una idea si puedes contradecirla? ¿Para qué fijar
una postura, si quizá en otro momento la vida te llevará a convicciones
contrarias? ¿Acaso la novela o el teatro no incluyen valiosas digresiones?
¿Acaso el dibujo no es una especie de ensayo visual? Cuestiona todo, y
relativízalo. La verdad última es efímera, como todo.
No desdeñes el aforismo como forma de
ensayo hipersintético. Acuérdate de
Nietzsche, pero sobre todo de Cioran. Más vale una sola bala en el pecho que
mil esquirlas innecesarias. Sé breve y letal.
Escribe bajo presión. Puede
ser una buena manera de probarte a ti mismo. Lleva las cosas al límite, no te
molestes en limpiar la mesa de tus ideas: desordena todo, encuentra la lógica
del caos, poco a poco irá emergiendo una forma. La santa estructura. El estrés
psicológico agiliza este proceso.
Aborda la filosofía como un género
literario. O como una forma de ensayo ilustrado (en el sentido
kantiano y en el de las novelas gráficas, ¡simultáneamente!). El ensayo
filosófico eleva el nivel del discurso, proporciona herramientas cognitivas y
una visión panorámica. Háblale de tú a Platón, a Foucault, a Lacan. Te
asombrará descubrir cuánto tienes en común con ellos.
No creas nada de lo que está escrito
aquí. Organiza tu propia
teoría general del ensayo. Ensaya tu ensayo. Haz poesía con las ideas. Asocia
elementos que aparentemente no tienen nada en común. Deconstrúyelos. Vete a
jugar al parque, abandona tu escritorio. No desdeñes la experiencia directa, la
exploración del mundo. Huye al mar.